Con una sonrisa y arqueando una ceja respondió: "es una estrategia". El candidato de En Marea a la Presidencia de la Xunta, Luís Villares, se refería así al desconcierto que causó su campaña, alejado de las grandes ciudades en la primera parte y con apenas dos actos con los tres alcaldes del cambio en su agenda.

Mañana se sabrá si el candidato de En Marea y su equipo acertaban y pulsaban una tecla que nadie más intuía o erraban al no potenciar a un cabeza de cartel desconocido.

La campaña de la formación se basó en criticar al Partido Popular y lanzar propuestas para prometer un ascenso del infierno al cielo. La primera parte, sin embargo, acabó solapando a la segunda, a medida también que Luís Villares mostraba su rápida adaptación al lenguaje mitinero.

Cuanto más se venía arriba, más presencia tenía la corrupción en su discurso hasta convertir el 25-S en un dilema moral entre "los malos de siempre", el PP, o la "honestidad".

El reto de Villares pasa por recuperar a los 67.000 votantes que en junio abandonaron En Marea. No ayuda el tortuoso proceso de confluencia, pero tampoco el error de Podemos, cuya guerra interna estalló en la única visita de Pablo Iglesias a Galicia para lanzar el arreón final a la campaña; bien fueron torpes, bien no confiaban en la victoria en Galicia. Ahora a Villares le queda por delante el reto de cohesionar el heterogéneo grupo parlamentario de En Marea y gestionar si esta fórmula es la última que adopta la confluencia.