Las elecciones de mañana marcarán un punto de inflexión en la política española, en la que todo apunta a que serán fuerzas estatales las que ejerzan de bisagra para permitir la formación de gobierno, relevando en ese papel a los nacionalismos catalán y vasco, habitual muleta de las mayorías simples tanto de PP como de PSOE.

La irrupción de Podemos y Ciudadanos en el tablero estatal supone un terremoto que también servirá para medir el calado de una nueva forma de hacer política, prácticamente sin estructura clásica de partido, con una militancia líquida y dispersa, apoyada en la red y, sobre todo, impulsada por la televisión.

La modernidad muchas veces orilló a Galicia, pero la comunidad ha recuperado su carácter vanguardista generando la primera ola de este tsunami político con la irrupción en 2012 de AGE, a partir de la fusión de Anova y Esquerda Unida, casi sin fondos ni militancia, pero con un discurso fresco que conectó con el malestar por la crisis económica y el 15-M, y capitaneada por el carismático y veterano Xosé Manuel Beiras. Él fue precisamente la clave para que Podemos asumiese una alianza en pie de igualdad en Galicia para estas generales bajo la marca En Marea.

El PP gallego se encuentra nervioso ante un escenario incierto. Prevé regresar al tortazo que se dio en las lecciones generales de 2008 tras el duro correctivo de los comicios de mayo, en los que perdió tres ciudades, dos diputaciones y 183.000 votos. Las cábalas de cara a las autonómicas previstas para el año próximo se multiplicarán con los resultados de mañana y, sobre todo, con la decisión de su principal valor: el hiperliderazgo de Alberto Núñez Feijóo, que antes de abril anunciará si opta a un tercer mandato.

Los populares dan por perdidos entre cuatro y cinco diputados, como mínimo uno por provincia. Dos de ellos irían a parar a En Marea en las provincias de Lugo y Ourense debido al efecto de Ciudadanos, que, según sus encuestas, le robarían los votos suficientes para no poder retener su tercer escaño en cada provincia. Normalmente, el PP se lleva tres actas en cada provincia del interior y el PSOE, la restante. Si solo consigue dos, las alarmas se encenderán en el pequeño grupo de confianza de Feijóo. El inexpugnable bastión interior del PP habrá sido asaltado. Por eso, el objetivo es alcanzar la mayoría absoluta de diputados, es decir, al menos 12.

El líder de la formación popular ha declarado en varias ocasiones que dos mandatos le parecían suficientes para un cargo electo y en el PP se da por descontado que si el riesgo de no alcanzar la mayoría absoluta es serio, no se presentará. La sombra de su salto a Madrid sigue latente, pero todo dependerá del escenario que abran los resultados de mañana, teniendo en cuenta que la volatilidad es cada vez mayor y que todo cambia en semanas. AGE es un ejemplo: víctima de su propio éxito y sus crisis internas, ha resucitado bajo una nueva piel y en su seno ya se frotan las manos.

El PSdeG se encuentra en una situación también delicada. En la actualidad, posee seis escaños en el Congreso y existe el riesgo de que la Marea lo iguale e incluso lo supere como segunda fuerza, tras batirlo como opción de gobierno en las tres ciudades de A Coruña. Además, las encuestas vaticinan un golpe a nivel estatal que debilitaría el liderazgo de Pedro Sánchez generando un clima complicado para afrontar la campaña autonómica que se abrirá una vez arranque el año. De hecho, el propio Mariano Rajoy confesó a su homóloga alemana, Angela Merkel, que era Podemos quien podía situarse como segunda fuerza.

A ese escenario se une la situación del secretario xeral del PSdeG, José Ramón Gómez Besteiro, imputado por corrupción por la juez Pilar de Lara, situación en la que no podría presentarse como candidato. En las filas socialistas no se barrunta un plan B.

Sin embargo, Besteiro, como Pedro Sánchez, confía en la remontada y en capitalizar el descontento ciudadano por cuatro años de recortes blandiendo su capacidad de gestión frente a lo que entienden como maximalismos de universidad de Podemos. Curiosamente, su campaña se asemeja al discurso político de Feijóo, centrado en culpar al bipartito en sus primeros años. El PSOE culpa a Rajoy de los recortes obviando el legado de Zapatero y a sus recortes de 2010.

En Marea, por su parte, irradia optimismo. Tanto que un resultado que no colme sus expectativas de superar los cinco diputados podría ser interpretado por sus miembros como un fracaso, cuando el BNG, en su mejor momento, solo se embolsó tres representantes: ninguno, por cierto, en el interior.

El fantasma de AGE

Su éxito, sin embargo, abriría numerosos interrogantes en su funcionamiento y relación con Podemos y con la propia IU, cuya federación gallega se integra en la Marea. ¿Qué sucederá si a esta le sobran diputados? ¿Cederá alguno a IU para que configure grupo? ¿Podrá formar la Marea grupo propio? ¿Se respetará que la portavoz de este sea la candidata de Pontevedra, perteneciente a Anova, pero con menos caché interno que Antón Gómez-Reino (Podemos) y Yolanda Díaz (EU), los cabezas de cartel de A Coruña? El fantasma de AGE asoma de nuevo.

Ciudadanos constituye el gran misterio de estas elecciones, pues los sondeos internos apuntan la posibilidad de que logre dos representantes, uno por cada provincia atlántica, sin prácticamente dar a conocer a sus candidatos, que pegan pósters de Rivera y no suyos. Si la proyección de su líder resulta suficiente para obtener estos resultados obligará a los partidos a reflexionar sobre sus estrategias. También resulta una incógnita calibrar el efecto del anuncio de ayer de que permitirán que la lista más votada forme gobierno: ninguna encuesta pronostica que no sea la del PP.

Mientras, el nacionalismo gallego confía en el sprint de los últimos metros, lanzando el pecho en la foto finish para poder llegar a meta y retener alguno de sus dos diputados. De no lograrlo, el BNG, ahora diluido en NÓS-Candidatura Galega, se quedará fuera de las Cortes por primera vez desde 1996, con el golpe económico que supone. En sus filas, ya barruntan el riesgo de desplome en las autonómicas con riesgo incluso de no poder conformar grupo propio en la Cámara gallega, un escenario de ciencia ficción durante las dos últimas décadas.

El Bloque viviría así una regresión a los 80, a la intrascendencia, y quedaría abocado a una refundación con otras siglas.