El 26-J deja varias lecturas políticas claras pero que en su globalidad no despejan el paisaje político. O al menos no lo hace en la medida en que algunos pensaban. Porque, como hace seis meses, el acuerdo -con apoyos o abstenciones- sigue siendo imprescindible para desbloquear la parálisis institucional e investir a un presidente.

Aunque la configuración del Congreso será parecida a la actual, en el día después se aprecian elementos que llevan a pensar que un nuevo Gobierno está más cerca ahora que hace 180 días. Porque la batalla del 26-J ha tenido sus efectos: las heridas de unos se han suturado y la musculatura fortalecido; los males de otros se han agravado, postrados sobre la lona en un estado de suma debilidad. Y aquellos que se habían arrogado el papel de héroes del cambio han visto frustrado su asalto al poder. El ansiado cielo tendrá que esperar.

Mariano Rajoy es el vencedor de la jornada tras alcanzar 137 diputados, 14 más que en diciembre. El líder del Partido Popular ha superado con nota una cita electoral histórica -nunca se habían repetido unos comicios- y su posición se ha fortalecido. Rajoy puede decir hoy con los datos en la mano que su estrategia de no aceptar la investidura a la Presidencia que le iba a plantear Felipe VI, dejar que la oposición se desgastase y se cociese en su propio caldo y finalmente llamar de nuevo a las urnas ha sido un acierto. Y hoy está más legitimado para ser presidente. Hoy está más cerca de La Moncloa... Siempre y cuando consiga la complicidad del PSOE, pues otro socio no le sirve. Y eso está por verse. Pero a tenor del pésimo resultado de sus adversarios, ¿quién se atreverá a pedirle ahora su renuncia?

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Récord negativo

La segunda lectura es que el socialista Pedro Sánchez ha vuelto a batir otro récord negativo: con 85 escaños empeora el resultado más bajo del PSOE en unas elecciones generales. Si los 90 del 20-D fueron un desastre, ¿cómo llamarle a esto? Los socialistas se quedan a 50 actas del PP. Todo un abismo. Sin embargo, haber evitado que le adelantase Unidos Podemos fue esgrimido anoche como una victoria socialista, por más que sea pírrica. Ver a dirigentes del PSOE aplaudiendo a Sánchez mientras éste le pasaba esa factura a Podemos ilustra la deriva de un partido que ya se refocila con el rol de ser segunda fuerza. El tuerto en el país de los ciegos. Pero, lo cierto es que poco más se puede decir en su favor.

Con su futuro sobre el alambre, ¿qué hará ahora Sánchez? Asumiendo que la renuncia voluntaria no pasa por su cabeza, ¿se arriesgará otra vez a la búsqueda un acuerdo con Podemos aun a sabiendas de que la suma no le alcanzará y que este compañero no es fiable, pues sólo aspira a fagocitarlo? ¿Contará con el respaldo de los barones regionales en esa nueva aventura? ¿O finalmente optará a regañadientes -empujado por su compañera y sucesora in pectore Susana Díaz- por una abstención que permita al PP gobernar mientras él se afana en ganar tiempo? Hoy gran parte de las miradas apuntan al socialista: "¿Qué vas a hacer, Pedro?", se preguntan. O, para ser más exactos, ¿qué te van a dejar hacer?

Si Sánchez solo puede exhibir como éxito el haber salvado -de momento- su pellejo, el batacazo de Pablo Iglesias es sonoro. Su estrategia ha fracasado. La alianza con Alberto Garzón e IU ha devenido en un souflé electoral pinchado tras el escrutinio de los votos. Podemos es más débil que hace seis meses y el liderazgo carismático de Iglesias más frágil. El artefacto electoral que concibió en su laboratorio de ideas para protagonizar el sorpasso al PSOE y convertirse en la única alternativa al PP parece hoy una quimera. Los 71 escaños constituyen un una bofetada en la cara de un político al que tanto gusta alimentar el culto a la personalidad. Iglesias no sólo no ha robado votos al peor PSOE de la historia, sino que ha permitido que el PP casi les doble en diputados.

El fiasco es grave y la ilusión de un gobierno del cambio -"Mi madre dice que se me ha puesto cara de presidente", confesó Iglesias- se desvanece. La fuerza de los votos le ha despertado de su ensoñación. Visto el resultado, el podemista no conoce tan bien a "la gente normal" ni lo que piensa, quiere o demanda. Y es que una mayoría no percibe a la formación morada como una alternativa fiable ni real. Como un partido de gobierno, sino como un partido en fase meritoria, que necesita aclarar su ideología y demostrar -quizá en gobiernos de menor tamaño, como los locales- que ofrecen algo más que unas promesas de cambio y la pericia para fabricar eslóganes y frases ocurrentes.

El otro gran damnificado ha sido Albert Rivera. Pese a lograr prácticamente el mismo porcentaje de votos que en diciembre, los estragos de la ley electoral han privado a Ciudadanos de 8 diputados. Si con 40 su papel era marginal -excepto durante las semanas de noviazgo político con Pedro Sánchez-, ahora con 32 está relegado al papel de espectador. Seguro que el instinto mediático de Albert le llevará a buscar un lugar bajo el sol, pero el foco ya no le alumbrará tanto. La estrella de Rivera brilla menos y la de Rajoy, ese mismo al que ha exigido cada día su marcha de la política, luce más. Son las cosas de las urnas.