Decían los clásicos que el nombre es el destino del hombre y en este sentido creo que este periódico ha elegido servir a una importante necesidad, porque la opinión pública es la base de la sociedad moderna; la opinión que se reconoce perfectible y abierta a la de los demás y por otra parte producto del criterio, no de la improvisación. La opinión tiene uno que formársela. Por lo tanto es algo muy positivo que el conjunto plural de enfoques e informaciones que este periódico nos brinda nos ayude cada mañana a formarnos la nuestra.

Como presidente de la Fundación Barrié es para mí una de las preocupaciones más importantes tratar de vislumbrar hacia dónde va nuestra sociedad para situar el legado que nos ha sido encomendado en las mejores condiciones para que sea útil a todos. No se trata por supuesto de ser adivino, pero sí de actuar pensando en el futuro como escenario, en la medida en que este es previsible. Incluso de actuar en el futuro mismo, pues no hacemos otra cosa cuando invertimos en educación.

Hagamos pues una pequeña incursión en este futuro.

Creo que de todos los vaticinios que se pueden hacer sobre los próximos años el de que las ciudades tendrán un papel más y más importante es uno de los más seguros. Digamos que esto ha sido, con todas las crisis que se quieran señalar, una constante histórica. Crisis de la vida urbana significa crisis de la civilización.

Actualmente un 75% de la población europea vive en un espacio inequívocamente urbano. Se calcula que en el año 2020, este porcentaje ascenderá a un 80%. Este dato, difícilmente rebatible en su aspecto cuantitativo, puede sin embargo ser el resumen simplificador de situaciones muy diferentes. Porque no llega con las tecnologías de transportes, los servicios y la densidad de población para definir a las verdaderas ciudades. Una verdadera ciudad está compuesta de ciudadanos y no meramente de residentes y una verdadera ciudad tiene un propósito común: una función económica, política o espiritual en el contexto nacional e internacional. Sin citar ejemplos concretos creo que todos hemos sentido alguna vez la desolación que producen algunas de las llamadas ciudades dormitorio. Estoy seguro de que el calor del hogar existe en cada una de sus viviendas, pero no llega a trascender, no llega a constituirse un tejido social suficiente para que podamos sentir la plena realización humana que significa la ciudadanía. Muchas, por otra parte, de las grandes urbes del siglo XXI parecen haberse convertido en un aeropuerto interminable. Conformar la identidad significa para estas grandes conurbaciones un esfuerzo ímprobo. Nosotros no tenemos que hacerlo porque llevamos en el mapa casi desde que hay mapas dignos de ese nombre.

Creo que una ciudad como la nuestra que nació en torno a un puerto y a un faro que lleva varios milenios guiando al navegante, pero que también fue faro de tantas ideas de renovación y de progreso así como de solidaridad colectiva e ímpetu empresarial, debe buscar su futuro precisamente en esa vocación atlántica y en esa capacidad de aglutinación cultural y económica, no en competencia, sino en complementariedad con las otras ciudades de Galicia. En este mismo periódico se daba la noticia hace unos días del traslado de más de 20.000 gallegos hacia otras comunidades. La función de polo de atracción de las grandes ciudades es indudable y la disyuntiva que se nos presenta es resignarnos a esta situación o conseguir crear polos de atracción en Galicia, para lo cual se nos exige responsabilidad, generosidad y un desapasionado cálculo económico.

Ese es el futuro por el que nos gustaría trabajar. Un futuro enraizado en la historia de una ciudad que no necesita inventarse una personalidad porque ya la tiene. Una ciudad que aproveche al máximo las posibilidades de conexión con el resto del mundo ofreciendo sus atractivos, aportando su valor a los demás y abierta, como siempre lo estuvo, a la influencia ajena.

Mientras tanto creo que es el mejor de los indicios que empresas como LA OPINIÓN A CORUÑA cumplan quince años.