Los fumadores os hemos hecho un favor. Descender por la calle esquivando lonas de plástico, no saber cuál es la entrada real de un bar o qué sucede en un cortavientos a efectos de la ley antitabaco nos han vuelto a aproximar al espacio público. Todas estas soluciones ingeniosas nunca habían puesto tan a prueba la reflexión sobre el concepto de "umbral" en la arquitectura de A Coruña. Tal vez el soportal de antaño, planificado. Ahora las cafeterías tienen más espacio fuera que dentro.

La ciudad que me imagino dentro de quince años tiene muchos umbrales. Muchos lugares donde se mezclan lo público y lo privado; un barrio y otro; un Concello y otro; una clase social y otra. Pongámosles esos espacios ambiguos. Que la educación y el diálogo hagan el resto.

El planeamiento y la voluntad política tendrán que continuar conquistando esos metros cuadrados y convertirlos en metros cúbicos, quedándose con lo bueno. En áreas de planeamiento nuevo, no especulando con el suelo público; en barrios imposibles, aproximando el umbral del barrio siguiente o con una micro-cirugía. Confieso, como amante del espacio público, que me emociona no saber en concreto dónde terminan As Atochas y dónde comienza Monte Alto.

De esos espacios, el más sobrecogedor para quien suscribe es el paseo marítimo. Es el espacio que más me aproxima entorno físico y natural donde vivimos, y donde reconozco la belleza anterior del lugar donde habito. ¿Podríamos conseguir que por sus vías se trasladen coruñeses todos los días?

Aquí, la ciudad tendrá que aceptar que el mar reclame su espacio los tres meses de invierno. A cambio, nueve para sentirse orgulloso. En especial la noche de San Juan, cuando el espacio público entra por la ventana en forma de humo y surgen arquitecturas espontáneas de pallets. ¿Conseguiremos ver el horizonte al sentarnos en los bancos del Orzán? Ahí es donde se acuesta el sol en la Noite Meiga.

En quince años no se puede conseguir todo. Y menos en el contexto económico actual. Pero creo que una estrategia coherente consistiría en actuar con mayor énfasis en los espacios intersticiales y de transición entre barrios y llevar hasta el extremo el potencial de aquellos lugares que nos identifican a todos como ciudad, con inversiones más orientadas. Manteniéndolos, que no es poco.

Así nos moveríamos bajo un toldo, esta vez "verde".

En los próximos años veo al arquitecto como un agente paliativo, no como creador de objetos aislados. Hace falta coser. Y esto pondrá a prueba el ingenio y la sensibilidad, que deberían ser quienes modifiquen nuestra ciudad. Los arquitectos tomaremos la responsabilidad de materializarlo, recordando que la arquitectura sin personas no lo es del todo. Poder hacer de esta situación maniatada una buena arquitectura tendrá un valor especial y de compromiso con el ciudadano, el contexto social y nuestra profesión. Habrá más lugares donde celebrar el Día Mundial de la Arquitectura. Que sea una ciudad donde, como escribió Camús y me recordaba Jordi, "el cambio de las estaciones no sólo se note en el cielo".