La crisis económica y el fin de la burbuja inmobiliaria puso fin al desarrollismo urbanístico coruñés, a una etapa que pasará a la historia por el descontrol y las grandes operaciones en beneficio de propietarios del suelo y grandes promotores. La entrada a A Coruña por Alfonso Molina es espejo de lo que ha sucedido en los albores del siglo. A un lado, Someso, aquel polígono que Francisco Vázquez imaginó con edificios "tipo Chicago", que no ha llegado ni a un tercio de su desarrollo. En la otra orilla, el ofimático, un macrodesierto de calles y farolas donde tímidamente han comenzado a brotar los pisos de las cooperativas en las que muchas familias pusieron sus ahorros y sus esperanzas de acceder a la vivienda de una forma asequible, quedando atrapados entre pésimas decisiones administrativas y dificultades económicas. Otro espejo es Monte Alto, con un desfigurado skyline costero caracterizado por su antinatural discordancia de su orografía y las alturas anárquicas de sus edificios. O la Ciudad Vieja, el corazón coruñés perpetuado como aparcamiento trasero de los coruñeses, abandonado a su suerte durante los años en los que lo único que importaba era mover el dinero con ladrillo fresco, dejando a un lado un proceso de rehabilitación del patrimonio histórico que la mayoría de capitales comenzaron mucho tiempo atrás. En 2015, ya no hay prácticamente grúas en el cielo coruñés y la construcción de nuevos edificios, como los bloques privados de Tabacos después de ocho años parados, son excepción y noticia.

Una de las consecuencias de la desregulación en la expansión es la judicialización del sector, largos procesos en los tribunales que ocupan recursos municipales y esfuerzos legales desde el Ayuntamiento, algunos de ellos de consecuencias millonarias, además de los que pueden estar por venir. En los dos últimos años, el Concello ha aprobado dos de los documentos que regirán el destino urbanístico y de la vivienda en la ciudad al menos en la próxima década: el plan general de ordenación y el plan especial de Ciudad Vieja y Pescadería. De su aplicación o de las modificaciones que sobre ellos se hagan, dependerá que los coruñeses puedan sentirse orgullosos de cómo la ciudad vira la endemia urbanística. Es pues el momento de preocuparse por los espacios públicos para la convivencia del peatón, el transporte público y la bicicleta, de las propuestas sostenibles y respetuosas con el medio ambiente. Es el momento de dejar de pensar en la vivienda nueva para pensar en la vivienda vacía y en cómo los ciudadanos pueden ejercer su derecho a acceder a ella. Es el momento de la rehabilitación, de realzar la historia y el patrimonio local en cada paso que se da, individual o colectivo. Es el momento de los barrios, de recuperar los lazos desaparecidos entre ellos a través del urbanismo público y de aprovechar sus fuertes identidades como elementos esenciales para el desarrollo socieconómico de la ciudad.