Cuando en el verano de 1936 el padre de Eugenio los cogió a él y a sus cuatro hermanos y se los llevó a pasar "unos días" a casa de unos amigos, nunca imaginó que sólo los volvería a ver muchos años más tarde y convertidos ya en adultos. La "revuelta" que, como tantos otros republicanos, pronosticó que duraría "apenas 15 días" se convirtió en una larga Guerra Civil que acabó con sus huesos en prisión y le separó para siempre de sus cinco hijos, de entre seis y 14 años.

Eugenio Álvarez (Uxenu, en asturiano, y Uxío, como se hace llamar aquí en Galicia) era el pequeño de los cinco pero recuerda con nitidez todos los detalles de aquellos días que marcaron para siempre la historia de España y la suya personal. "A mi padre lo cazaron a los pocos días y lo metieron preso en una casona habilitada como cárcel en Pravia", recuerda Uxenu, que explica que hubo muchos más niños que tras estallar la guerra se quedaron en la misma situación: solos y sin saber a dónde acudir.

De la necesidad surgieron los llamados asilos para niños, una figura que Uxenu conoce muy bien ya que se pasó en total 12 años de su infancia yendo de uno en otro. Su primera parada la hizo en Pravia, el pueblo asturiano en el que nació, donde el jefe local de Falange decidió reconvertir una vieja casona en asilo cuando el número de menores abandonados empezó a ser preocupante. "Yo entré con seis años y en total seríamos unos 70 niños. Los mayores tenían 14 años", recuerda. En este hogar provisional pudo volver a reunirse con tres de sus hermanos, todos menos la mayor, que al desaparecer su padre entró "de criada en una fonda".

Para el resto de los hermanos Álvarez el reencuentro duró apenas un año. Después, cada uno inició su propio peregrinaje de asilo en asilo, en su mayoría, casas requisadas por las tropas franquistas que las monjas acondicionaban lo justo para poder acoger a los niños. En estos hogares improvisados, reservados a los "hijos de los rojos", como matiza Uxenu, tan sólo podían dormir y comer -"casi siempre poco", apostilla- porque de su educación seguían encargándose en la escuela pública, aunque de forma algo diferente. "Todos nuestros maestros eran castellanizantes y a los niños que hablábamos asturiano nos ridiculizaban y hasta nos pegaban", recuerda.

Fueron años muy duros y navidades aún peores, durante las que Uxenu dice haber recibido un solo regalo: "Era un puzzle pero no traía información de ningún tipo y le faltaban piezas". A falta de juguetes y hasta de columpios, su principal distracción era el fútbol. "Yo jugaba muy bien. Además, era alto y tenía cuerpo así que con 14 o 15 años me reclamaron para participar en un campeonato en Avilés". Así fue como Uxenu abandonó su pueblo asturiano natal para irse a la ciudad. En Avilés, sin embargo, las cosas no le fueron mucho mejor. Una de sus maestras, Josefina, le imponía "terribles castigos". "Recuerdo que me tuvo 15 días sin cenar, y ya comíamos poco...", explica este asturiano que, pese a la dureza de su adolescencia, reconoce que lo que más lamenta es el no haber tenido la oportunidad de estudiar.

"Cuando estaba en el Hogar de La Calzada, me enviaron con una carta de recomendación al Hogar de San José, en Gijón, para que me dieran estudios. Pero no me admitieron sólo porque era hijo de rojo", asegura Uxenu, que recuerda que el asilo de San José se creó en el año 42 "para acoger a los huérfanos de los combatientes del Régimen".

Es otro de los estigmas con los que han tenido que cargar, según dice, los descendientes de los vencidos, un colectivo que no sólo sufrió la separación de sus padres sino también las consecuencias de una educación insuficiente. "Todos los que fuimos a parar a un asilo cuando estalló el conflicto sólo estudiamos las cuatro reglas y todo lo que había entre el Cara al sol y el Yo pecador. A los que entraron cuando terminó la guerra les dieron algún estudio más e incluso una profesión, por eso están agradecidos. La mayoría de los de mi generación son unos fachas", remacha.

Uxenu, en cambio, no puede ni quiere olvidar el trato recibido porque toda su vida ha estado marcada por el hecho de ser "el hijo de un rojo". Y cuando escucha iniciativas como la del juez Baltasar Garzón o la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica no puede evitar pensar "que sólo se honra a los muertos y a los perseguidos" y reivindica, "por lo menos", que se les reconozca a esos niños de la guerra su condición de "víctimas". "A mí económicamente no me ha ido mal. Desde luego, mucho mejor que a la mayoría de mis compañeros pero el sentimiento moral es lo que me oprime", trata de explicar Uxenu, que aprendió el oficio de viajante de su padre -con el que se reencontró a los 18 años tras escaparse del asilo de Avilés- pero que no puede olvidar que muchos de aquellos niños marcados por las ideas de sus padres nunca tuvieron una oportunidad. "Por lo menos, se merecen un reconocimiento moral", concluye.