. xperto en lanzar cortinas de humo, el Gobierno ha respondido con el anuncio de una nueva ley antitabaco a los últimos vaticinios de la OCDE, la UE y Standard and Poor's sobre la catastrófica situación de las finanzas en España. El placer sensual y sentimental del pitillo que con tanto sentimiento ponía en cuplés Sara Montiel será erradicado de todos los locales públicos, sin excepción, en un plazo máximo de dos o tres años. O eso dijo al menos la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, que no parece estar para cuplés ni gaitas.

Es ya una costumbre. Cada vez que algún miembro de la conjura internacional le baja los humos a este país que presumía de estar en la Champions League de la economía, lo habitual es que el Consejo de Ministros haga lo propio con los adictos al tabaco. Comer, no comeremos -si las cosas siguen así-, pero a cambio vamos a tener el aire más limpio de Europa y parte del extranjero.

Antiguamente solía decirse que por el humo se sabe dónde está el fuego; pero el tiempo ha dejado obsoletos esos refranes. Ahora el humo sirve para indicar dónde está el Gobierno. El manual estratégico de La Moncloa establece, efectivamente, que la mejor manera de combatir la crisis o cualquier suceso desdichado consiste en hacer que la gente hable de otra cosa. Es lo que en términos militares se llama maniobra de diversión y en el lenguaje coloquial, cortina de humo.

Si el paro sube a ritmo desenfrenado, por ejemplo, lo oportuno es abrir una polémica sobre la píldora poscoital, las diversas variantes de matrimonio o cualquier otra cuestión de las que tanto juego dan en las tertulias de café. Si la economía da síntomas de hundimiento -otro suponer-, el guión gubernamental aconseja sacar nuevas leyes contra el vino y/o el tabaco con las que tener entretenidos a los fumadores, a los no fumadores, a los bebedores, a los abstemios y al sursum corda. El caso es que no se hable de las subidas de impuestos ni de los tenebrosos pronósticos de ciertos aguafiestas que auguran un porcentaje de desempleo superior al veinte por ciento para el próximo año.

No por repetida, la estrategia ha dejado de tener éxito. De hecho, la severa reforma de la ley contra el tabaquismo ha abierto la esperada polémica entre todas las partes afectadas e incluso las que no lo están. Tanto es así que hasta el líder de la oposición, Mariano Rajoy -conocido fumador de puros- decidía erigirse ayer en defensor de los acosados fumadores y de su derecho probablemente constitucional a no ser arrojados a la calle. Siguiendo el habitual guión, los ministros le llamarán ahora irresponsable, los conservadores retrucarán a su vez y con unas y otras cosas nos iremos entreteniendo mientras la máquina de picar parados sigue funcionando a todo vapor.

Lógicamente, los hosteleros se han echado las manos a la cabeza y al bolsillo tras calcular las pérdidas que va a infligir la nueva ley contra el humo a sus cajas registradoras. Muchos de ellos están pagando aún los créditos que solicitaron hace un par de años para sufragar las ahora inútiles obras de acondicionamiento de sus locales: y casi todos temen -acaso por experiencia- que la prohibición de fumar reduzca aún más su clientela, ya bastante menguada por la crisis.

Cierto es que otros países han adoptado medidas similares, pero cumple tener en cuenta que en ninguno de ellos existen tantos bares, tabernas, cafeterías, restaurantes, discotecas y figones por kilómetro cuadrado como en España (y no digamos ya en Galicia). Quiere decirse que el número de dueños y parroquianos afectados por la prohibición va a ser sensiblemente superior aquí, con las lógicas consecuencias que tal vez provoque ese hecho diferencial.

Poco importa eso cuando la salud está en juego, naturalmente. La de los fumadores y acaso también la del Gobierno que tan hábilmente maneja las cortinas de humo.

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