De las montañas de Niigata a Ponferrada. Toru Arakawa recorrió más de 20.000 kilómetros en avión y autobús con un recorte de periódico japonés que hablaba de las exhumaciones de las fosas del franquismo. No conocía a nadie en España. Esa página era la única pista que tenía para dar con el equipo de historiadores y arqueólogos que desde el año 2000 abrían las tumbas de la guerra. Ya jubilado, con 68 años, este profesor de inglés se propuso cumplir su sueño: viajar a España para desenterrar a los miles de fusilados durante el franquismo.

Toru recortó la noticia, se la enseñó a su mujer y le dijo que ya tenía lista la maleta para irse a España para "trabajar en las fosas". Y cumplió su sueño. En los últimos tres años, ese hombre pequeño que tantas veces sonreía y se tapaba la boca extrañado de mostrar sus sentimientos colaboró con Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en la exhumación de represaliados.

"Toru siempre fue uno más. Ni el tiempo, ni las dificultades, ni la tierra, ni las lágrimas hicieron que se rindiera. Se iba en silencio hacia un lugar donde nadie lo viera, después regresaba como arrepentido de tanta emoción", recuerda la historiadora coruñesa y colaboradora de la ARMH Carmen García-Rodeja. En reconocimiento a los tres años de trabajo para "ayudar a los vivos" -como definía sus viajes a España-, los promotores de las primeras exhumaciones del franquismo quieren rendir su particular homenaje a Toru, fallecido el pasado 5 de octubre en Japón. La ARMH pide al Gobierno que lo condecore con la orden al mérito civil a título póstumo porque "ha dado ejemplo de servicio público y ha hecho esfuerzos de solidaridad y trabajo por el bien común".

De Manolito Gafotas a la guerra

Corría el verano de 2006. Toru se plantó en Ponferrada con un recorte de periódico y una fotografía del vicepresidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), Santiago Macías. Toru había preparado a conciencia para el viaje. Llevaba años organizándolo. Pasó una década practicando español en casa con unas cintas que escuchaba todas las mañanas. Siempre hablaba de su primer libro en castellano: Manolito Gafotas, un regalo de su hijo. Se leyó toda la colección: Manolito on the road, Yo y el imbécil, ¡Cómo molo!, Pobre Manolito? "Son muy divertidos", comentaba Toru. Y de Manolito Gafotas saltó a una extensa biblioteca en castellano sobre la Guerra Civil. Con cada libro nuevo que sumaba a su particular colección, sabía que quedaba menos para conocer a los supervivientes y ayudar a buscar muertos.

Y al fin aterrizó en España. En el Ayuntamiento de Ponferrada dieron respuesta a sus preguntas. Una funcionaria al ver el recorte de prensa que le mostraba Toru le facilitó un número de teléfono. Era el que estaba buscando, el del hombre que aparecía en la fotografía de la página del periódico que había traído desde Japón. Desde entonces el encuentro con el vicepresidente de la ARMH, fueron más de treinta las fosas del franquismo que abrió. La primera en agosto de ese verano en As Pontes: la exhumación de la familia Ramos Ferreiro, un matrimonio y dos de sus cinco hijos fusilados en agosto de 1936. Por muchos libros que había leído sobre la Guerra Civil, ninguno le previno de la emoción que podría llegar a sentir al abrir una fosa de la guerra.

Cada vez que Toru recordaba su primera experiencia en una exhumación, volvían a empañársele esos ojos tan pequeños que tenía. "Me impresionó mucho la tristeza de las familias. He visto sus alianzas de boda entre los huesos... Entendí aquel dolor, todo lo que había leído", relataba Toru al recordar su participación en el desenterramiento de A Coruña.

De Toru, sus compañeros de la ARMH aprendieron que la solidaridad no tiene edad ni distancia. "Cuando estaba ya muy enfermo, agonizaba, decía palabras en español. Seguro que eran de respeto a tantas personas que sufrían. Esas mismas son las que le dedicamos en su muerte. Siempre será recordado como una persona de buen corazón".