Mientras la olla a presión de la crisis sigue hirviendo, el presidente Rajoy duda estos días en aplicar una receta a la portuguesa o seguir los consejos -más bien imperativos- de Ángela Merkel, que señala su reforma laboral a la berlinesa como ejemplo para España. Con tanta receta, tanto chef y tanto pinche indeciso, la economía se ha convertido en un asunto decididamente culinario.

Cocineros con oficio no parece haber muchos,visto lo mal que van las cosas en gran parte de Europa, pero a cambio existe un amplio catálogo de recetas. Los empresarios, por ejemplo, piden añadir a la olla un poco más de despido barato -o gratuito, a ser posible- para que el cocido financiero alcance su adecuado punto. Rajoy se inclina por algo muy parecido al bacalhau portugués, según dijo el otro día en Lisboa; y Merkel, que es la jefa de cocina, prescribe a España una receta laboral como la que tan rica le ha salido a ella en Alemania. Lamentablemente, España no dispone de alemanes en suficiente número para que la fórmula funcione acá como allá sin ese ingrediente; pero todo es cosa de ir probando. Si la crisis se resuelve entre fogones y con las apropiadas recetas, ningún lugar está mejor situado que Galicia para salir de apuros financieros. El arte coquinario es una de las grandes especialidades de este reino, que a falta de órdenes de caballería cuenta con la Orden del Cocido, el Serenísimo Capítulo del Albariño, la Irmandade dos Vinhos Galegos y, a mayores, un catálogo insuperable de más de cuatro mil fiestas gastronómicas. Con semejante armamento, malo será que no encontremos alguna fórmula que ayude a superar las actuales desventuras de la economía.

En el terreno laboral que ahora mismo preocupa a los grandes chefs de las finanzas de Europa, por ejemplo, los gallegos venimos ensayando desde hace tiempo una receta inspirada en los usos del Extremo Oriente. Consiste, muy resumidamente, en trabajar como japoneses y cobrar (casi) como chinos. El sistema llegó a ser ofertado años atrás por la propia Xunta, que en cierto anuncio destinado a atraer inversión a Galicia publicitaba la excelente formación de los trabajadores gallegos y -sobre todo- sus bajos costes salariales. No mentía en absoluto, si se tiene en cuenta que el sueldo medio de los gallegos es uno de los más magros de España. Infelizmente, la receta no ha funcionado hasta ahora y, en cierto modo, es natural que así ocurra. Por muchas horas que le echemos al curro emulando alos japoneses, difícilmente alcanzaremos sus niveles de productividad; y tampoco los salarios, aún siendo bajos,lo son bastante para que podamos competir en ese punto con los chinos del Todo a Cien.

El Gobierno podría haber extraído alguna lección de esa fallida experiencia gallega, pero no parece que vayan por ahí sus propósitos. Bien al contrario, la receta elegida es -por decirlo en palabras de Rajoy- "algo parecido" a lo que la sopa de siglas del FMI, el BCE y la UE ha obligado a hacer en Portugal.

La fórmula, que en muchos aspectos recuerda a la de Galicia, consiste en rebajar (aún más) los escuálidos sueldos lusitanos, pagar treinta minutos por hora extra, quitar días de vacaciones, eliminar pagas de funcionarios, rebajas pensiones y subir impuestos.

Ahorcado por la deuda, el Gobierno portugués se ha puesto a la faena con una aplicación que le ha valido esta misma semana los parabienes del Fondo Monetario Internacional. Cierto es que esa medicina de caballo le va a costar este año a Portugal una caída del 3% de su PIB; pero ya se sabe que hasta la receta de la tortilla exige romper huevos. De gallina, naturalmente.

Si a esa olla portuguesa que tan bien le huele a Rajoy se le añaden los mini-empleos a 400 euros de la reforma alemana de Merkel, no extrañará que algunos españoles se tienten ya la cartera. Miedo da pensar en lo que se está cociendo.

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