Ahora que los censos anuncian el declive y acaso la extinción de los gallegos, consuela saber que al menos la fauna autóctona no corre peligro alguno. Puede que de aquí a dos siglos se agote la especie de Breogán en su rama bípeda e implume, pero a cambio sobrevivirán hasta cinco razas de vacas con cuernos enxebres, cabras con denominación de origen, caballos de pura sangre galaica, cerdos celtas y pitas de tan genuino pedigrí como la famosa gallina de Mos. Perderemos un país para ganar una granja.

Si los planes de repoblación humana urdidos en su día por don Manuel fracasaron estrepitosamente, no puede decirse lo mismo de sus desvelos por preservar la fauna doméstica. Acaba de confirmarlo el departamento que se ocupa de esas cuestiones en la Xunta, tras verificar la notable fecundidad de las especies gallegas que hace apenas un par de décadas parecían abocadas a la desaparición. Mientras el padrón de vecinos cae mes tras mes desde hace años, las vacas cachenas, vianesas, freiresas y limianas han multiplicado su número de ejemplares durante ese mismo período hasta superar todas ellas el umbral que garantiza la supervivencia. Otro tanto ocurrió con las cabras y ovejas del país y con el afamado porco celta, que ya ha superado la barrera psicológica de los 7.500 cochinos. Más espectacular aún es el caso de la gallina de Mos, una raza que daba sus últimas boqueadas antes de que el Gobierno autónomo la pusiera a reproducirse con gran brío en un centro de recuperación situado, paradójicamente, en Ourense.

Se ignoran únicamente los datos del can de palleiro, especie que también fue incluida junto a las anteriores en el Programa de Recuperación de las Razas Autóctonas que tan felices resultados está arrojando. Injustamente desdeñado por la población, el mentado can es en realidad el producto del cruce de mil estirpes que lo convierte en una especie mestiza, multicultural, cosmopolita y, por tanto, genuinamente galaica. El perro que acompaña a los gallegos desde la remota época de los castros corre ahora riesgo de desaparición ante la competencia de otras razas exóticas importadas con las que no puede rivalizar en glamour. De ahí que su clamorosa ausencia en el listado de razas autóctonas recuperadas haga temer lo peor.

La del perro palleiro sería, en todo caso, una excepción dentro del venturoso proceso de rescate que está devolviendo a este país su fauna original. Ahí está, para demostrarlo, el cerdo celta que a comienzos del pasado siglo era la variedad de puerco más abundante en Galicia y poco a poco fue languideciendo hasta entrar en fase de extinción hace apenas diez años. Aún sigue siendo una minoría dentro de la cabaña porcina del país, pero no es menos cierto que los esfuerzos combinados del Gobierno gallego y los ganaderos han logrado acrecer en un 67% su número de ejemplares durante el último trienio.

Lo mismo puede decirse de la gallina de Mos, raza originaria del capón de Vilalba que ya cuenta con un grupo organizado de criadores y gran demanda en el mercado; o del caballo de monte: única especie autóctona de la que los gallegos podemos presumir en el ramo de los equinos. En este caso ha sido el turismo atraído por los curros la clave de su inesperada recuperación, por más que no puedan competir en porte con los caballos árabes.

El asombroso resurgimiento de las especies autóctonas es, sin duda, mérito de los gobiernos que lo impulsaron; pero acaso responda también a las peculiaridades de un país tan conservador y amante de las tradiciones como Galicia. Ya que no hemos sido quienes de conservar la población o el idioma, bueno es que al menos evitemos la pérdida de las vacas, las cabras, las gallinas y los caballos que le dan sus señas de identidad a este reino desde el punto de vista zoológico. A ellos y ellas les tocará poblar el país cuando el último gallego se haya ido. Como en la granja de Orwell.

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