Cerillas, un mechero, una garrafa de gasolina, un bidón de disolvente, una botella con hidrocarburo o incluso una patata con una vela. Son algunas de las armas encontradas por los CSI del monte gallego tras recorrer las miles de hectáreas reducidas cada año a cenizas. Su trabajo sobre el terreno comienza a los pocos minutos de haberse declarado el incendio. En cuanto se da la alarma, los investigadores antiincendios se movilizan casi al mismo tiempo que el personal de extinción. En el lugar del delito, toman declaración a los vecinos y posibles testigos y buscan cualquier pista que les permita descubrir qué ocasionó el fuego, cuándo y dónde comenzó, cómo se produjo, quién está detrás y por qué lo hizo. "Es muy importante llegar cuanto antes porque está menos alterada el área de inicio", expone la sargento Isabel García, jefa de la Oficina Técnica del Seprona en Lugo.

Lupa, pinceles, imanes, linternas, espátulas, cintas métricas, balizas, martillos y también cámara de fotos, GPS y un higrómetro conforman su kit de trabajo. Con estas herramientas, brigadas antiincendios de la Xunta, Policía y Guardia Civil acotan el lugar en el que comenzó el fuego y concluyen si se trata de un único foco -como revela la investigación del Seprona sobre el incendio ocurrido hace dos meses en las Fragas do Eume- o varios puntos; si fue intencionado, se produjo de forma natural o fue fruto de una negligencia -en el caso de las Fragas, la Guardia Civil lo atribuye a un episodio accidental, al parecer causado por una colilla mal apagada- así como la dirección de las llamas y la extensión del área afectada.

"Geometría del incendio"

Con un GPS bordean el perímetro de la superficie quemada, con lo que obtienen una "geometría del incendio" que les permite deducir qué dirección tenía el viento. Los agentes van investigando la zona, desde el exterior hasta el punto donde se originó el fuego, en busca de indicios de las llamas. Las lascas de los árboles, la caída de gramíneas, las latas abandonadas, la concha de un caracol calcinada, cualquier huella en apariencia inocente proporciona pistas a los agentes. "Saber leer un incendio es como leer un libro: las huellas que dejan en las piedras, hacia dónde han caído los restos de la vegetación o en qué zona de los árboles ha pegado el fuego", explica la sargento del Seprona Isabel García.

A continuación precintan la zona donde se originó el incendio, fijan los restos del suelo con laca y realizan mediciones. Su objetivo es buscar la prueba material empezando por averiguar el posible medio de ignición o fuente de calor que provocó el incendio. El mechero se confirma como arma del crimen por descarte. En otros casos, y aunque en los delitos de incendio forestal no se cuente con la ventaja del ADN, suelen aparecen restos, ya sea de cerillas o incluso mechas que los autores utilizan para poder elaborar una coartada.

Con el hidrómetro recogen la humedad en la zona, lo que les permite descubrir si se utilizó algún combustible como detonante del incendio, lo que no dejaría lugar a dudas: la mano del hombre está detrás de las llamas. En las Fragas, el incendio se originó en un valle de braña seca, con suelo de turbas, un material que cuando hay falta de humedad es un potente combustible, según apuntan de la investigación. El Seprona concluye en su informe entregado ya al juez instructor de la causa la "excepcionalidad" de las condiciones meteorológicas de ese día. "El factor de humedad -aseguran- fue determinante en el desarrollo del incendio de las Fragas".

Concretar la causa obliga a un "estudio de detalles" en el punto de inicio, que incluye elementos de posible riesgo. Para ello, los equipos de investigación disponen de unas tablas elaboradas para cada zona en la que constan una serie de indicadores de actividad. A través de esas herramientas, las brigadas de investigación de incendios forestales de la Xunta y los equipos de la Policía y la Guardia Civil saben qué actividad se desarrolla en ese lugar y en sus proximidades -caza, pesca o zona ganadera-.

De forma paralela a la recogida de las evidencias físicas, los equipos de investigación antiincendios trabajan en la prueba personal tomando declaración a vecinos. Y es que las sospechas no bastan para acusar a alguien de prender fuego. Es necesario un testigo, una prueba clave que incrimine directamente al causante del incendio para poder detenerlo.

"Es más fácil que alguien hable nada más llegar al lugar, pero por lo general hay mucho hermetismo por parte de los vecinos", apuntan desde la Guardia Civil. Aunque desde la ola de incendios que asoló Galicia en 2006 se ha tomado conciencia y ahora -aseguran- "se denuncian más" delitos contra el medio ambiente.

Una vez recabadas las evidencias físicas y los testimonios en la zona cero, el trabajo de campo de los investigadores continúa días después con una visita aérea sobre la zona calcinada -tal y como hicieron cinco días después del incendio de las Fragas acompañados por el juez instructor del caso- y finalmente el posterior análisis de las pruebas en el laboratorio. En una semana el atestado está cerrado, aunque en los casos más complejos -como el del parque natural eumés- se puede demorar más de un mes. El trabajo de los equipos de investigación antiincendios concluye con la entrega de las diligencias al juez. A partir de ahí una nueva fase se abre: la de juzgar a los posibles autores y dictar sentencia. No obstante, la falta de pruebas impide llevar a juicio a dos de cada tres incendiarios detenidos en la comunidad. En el caso de las condenas, la cifra es todavía menor. Solo el 5% de los condenados acaba en prisión.