Obedientes y aplicados, los gobiernos de España han hecho todos los deberes que les impuso -por su bien- la severa pedagoga Ángela Merkel; pero no parece que tan ejemplar comportamiento sirva para mejorar nota. Bien al contrario. Cuanto mejor nos portamos por aquí, peor nos va por ahí afuera en los exámenes que estos días están a punto de saldarse con un cero patatero que pondría al país al borde de la insolvencia. Y a todo esto, Merkel mirando para otro lado.

De nada ha valido que Zapatero rebajase sueldos, congelase pensiones y retirase cheques-bebé; o que Rajoy profundizara el castigo mediante subidas de impuestos, facilidades de despido, aumento de años de trabajo y otras maldades que se le puedan ir ocurriendo a la UE. Insaciable como el monstruo de las galletas, Bruselas -es decir: Alemania- responde a cada cumplimiento con nuevos deberes.

La receta, aplicada ya sin el menor éxito a Grecia y Portugal, consiste en trabajar más, cobrar menos, pagar muchos tributos y -en resumen- apretarse el cinturón hasta que ya no queden agujeros donde ensartar el cierre de la hebilla. A cambio de tantos sacrificios, los profesores que han diseñado este tremendo programa lectivo nos aseguraban la salvación de la economía y, con el tiempo, el regreso a la prosperidad.

Confiados en esa promesa, los gobernantes españoles se aplicaron a cumplir lo ordenado con perseverancia de buenos alumnos. Tanto Zapatero como Rajoy se ufanaron ante Merkel de haber "hecho los deberes", en expresión más bien escolar que delata la naturaleza de la relación entre el que manda y el obediente discípulo; pero ni por esas. Los inversores han respondido con un ominoso suspenso al esfuerzo de los españoles, hasta el punto de obligar a un desconcertado Rajoy a quejarse de lo poco que ayudan a España los que le ordenaron la tarea para hacer en casa.

Bien es verdad que Alemania está en su derecho de desconfiar de la habilidad de los españoles para echar las cuentas, una vez visto lo de Bankia, los errores al alza del déficit y demás trapisondas aritméticas que tanto han dañado últimamente el ya magro prestigio de este país. Pero aun así, la profesora Merkel debería tener en cuenta la excelente disposición mostrada hasta ahora por sus alumnos en el cumplimiento de los deberes impuestos.

Si a pesar de ello se comprueba que los estudiantes aplicados no tienen premio, quizá habría que probar -a modo de ensayo- con la práctica de la desobediencia. Fácil es imaginar lo que ocurriría si un gobierno se rebelase contra la autoridad de la profesora y, en consecuencia, decidiera subir los sueldos, bajar los impuestos y hacer, en definitiva, todo lo contrario de lo que se le ordena. De perdidos, al río.

Tamaña amenaza de juerga general sería de lo más creíble viniendo de España: y acaso pudiera sembrar el desconcierto entre los alemanes, famosos por su amor al orden y la disciplina. Tal vez la jefatura de la UE reconsiderase su actitud -hoy por hoy, desdeñosa- si los españoles se pusieran a reventar el euro sin más que gastar lo que no tienen a manos llenas.

Naturalmente, la idea de que Rajoy pueda declararse insumiso y llamar a la juerga general del gasto entra directamente en el dominio de la quimera. Lástima. Nunca sabremos lo que pasaría si, por una vez, decidiésemos portarnos como alumnos díscolos.

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