Fiel a sus demoradas costumbres, el verano ha llegado a Galicia en los primeros días de septiembre, como es habitual durante los últimos años. Hay quien atribuye este curioso fenómeno al calentamiento global de la atmósfera y el subsiguiente cambio climático; pero tal vez la explicación sea más sencilla. Simplemente, los gallegos hemos decidido cambiar de sitio una estación que llega a otros lugares menos imaginativos allá por julio y agosto.

Lejos quedan, desde luego, aquellos tiempos de crudeza atmosférica en los que el verano no era en Galicia una estación sino un apeadero por el que el estío pasaba tan fugazmente que apenas daba tiempo a saludarlo. Los más exagerados aseguran que la canícula duraba entonces un solo día y solía caer en jueves, aunque no aciertan a ponerse de acuerdo sobre si era un jueves de julio o de agosto. Todos coinciden, eso sí, en que el clima galaico se resumía en nueve meses de lluvia y tres de mal tiempo.

Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes. Aquellos veranos de lluvia estrictamente previsible dejaron paso hace ya tiempo a otros con mucha mayor abundancia de soles que, sin embargo, siguen siendo tan atípicos como la propia Galicia.

A diferencia de otros lugares de la Península donde el clima estival mantiene la ortodoxia de las fechas, lo normal aquí es que el mes de julio se estrene con lluvias, cielos tormentosos, densas nieblas matinales y otras perturbaciones de carácter más bien invernal.

Ese desorden general de los meteoros suele durar unos quince días, tiempo sobrado para disuadir a los veraneantes, salvo a aquellos que -a fuerza de visitar Galicia un año tras otro- ya militan en nuestras costumbres y se encuentran bajo la lluvia como peces en el agua.

El tiempo suele enmendarse durante la segunda y por lo general soleada mitad de julio para volver a la melancolía de las nubes en agosto. Luego viene septiembre y, con el teórico preludio del otoño, la llegada del auténtico verano a Galicia.

Así lo confirman este año, una vez más, los pronósticos de los servicios de Meteorología del Reino que auguran -por si hiciera falta- la arribada de un número de anticiclones que en cualquier otra parte de la Península resultaría más bien raro por estas fechas. En Galicia, sin embargo, resultan de lo más usuales estos veranillos fuera de temporada.

Todo esto lo explica muy bien Santiago Pemán, druida de las isotermas y las isobaras de la vieja tribu celta. El desbarajuste de las nubes de agosto y los soles de septiembre tendría su origen en la descoordinación de las lunas que desde el año 2003 a esta parte tienden a no acompasarse con los meses. Las mentadas lunas andan algo perezosas últimamente: y bajo esa perturbadora influencia, el verano propende a demorarse también hasta septiembre u octubre, cuando los rapaces están ya en el colegio y no queda tiempo para disfrutar de la playa.

Se conoce que Galicia es un sitio aparte. Debiéramos ir una hora antes -como Portugal, Canarias o el Reino Unido- por razones de situación en el mapa: y, a la vez, marchamos los gallegos con un mes de retraso en lo tocante a la arribada del verano. Lo segundo parece más lógico en este atrasado país al que todo llega tarde; pero tampoco hay por qué afligirse en exceso. Al menos podremos disfrutar al sol este otoño caliente de la crisis.

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