Ni crisis, ni prima de riesgo, ni rescate, ni pamplinas. Lo que hay en España es mucho vicio, según el exactísimo análisis que hizo días atrás el jubilado gallego Delmiro Touza al cumplir sus primeros cien años de vida. Es la sabiduría de los centenarios.

La opinión de este abuelo, lúcido y jovial, coincide exactamente con la de los gobiernos de Europa que llevan años metiendo en cintura a sus ciudadanos para quitarles de encima el vicio de gastar sin tasa. Los alemanes fueron los primeros en aplicar hace ya tiempo esta receta inspirada en los severos principios luteranos del ahorro. El gobierno de coalición formado en 2005 por Angela Merkel y el socialdemócrata Gerhard Schröder se estrenó con una subida del IVA y del IRPF, el retraso de la jubilación a los 67 años y otras medidas de choque con el propósito de levantarle la paletilla a la economía de Alemania.

Tan grande fue el éxito financiero de aquella Gran Coalición entre izquierda y derecha que los dirigentes alemanes se empeñaron en exportarla -o mejor dicho, imponerla- a otros miembros del Club del Euro con mayores fallas que corregir. Infelizmente, los resultados no han sido los mismos.

Aquí en España, un suponer, el anterior Gobierno socialdemócrata empezó por quitarnos de fumar con una ley antitabaco y acabó por quitarles el 5% del sueldo a los funcionarios, además de refrigerarles la paga a los pensionistas. El Consejo que ahora preside Rajoy ha perseverado en esa virtuosa vía orientada a erradicar los muchos vicios de la gente sin más que despoblarle de cuartos los bolsillos. A tal efecto no dudó en subir impuestos, despeñar pagas extras y poner los despidos a mejor precio para el empresario, entre otras medidas de mayor fuste que acaso estén aún por venir.

Los efectos sobre la moralidad del país han sido inmediatos. Las estadísticas de consumo sugieren que se bebe menos en los bares, a la vez que han bajado las ventas de comestibles en los supermercados y las de cigarrillos en los estancos. Gracias a esa política de ascetismo nos vamos quitando poco a poco de la nicotina, de las cañas y de los excesos en la comida: todo lo cual ha de redundar por fuerza en una mejora general de la salud de la población, con el consiguiente ahorro en gastos médicos.

Otras naciones han ido aún más lejos en este propósito ahorrativo y moralista que pretende apartar a la gente del vicio. El Gobierno de Portugal, por ejemplo, acaba de aumentarles la cotización a los trabajadores en la misma proporción que se la reducía a los empresarios: y todo ello después de haber dejado sin pagas extraordinarias a gran parte de la población.

La idea es de una lógica impepinable. Cuanto menos dinero tenga la gente en el bolsillo, menores serán las tentaciones de comprar, de beber, de viajar y disfrutar de vacaciones, como si esto fuera Jauja. Contra esos vicios intolerables en la gente corriente, los gobiernos quieren volver al viejo orden natural de las cosas en el que solo los ricos propiamente dichos podían permitirse tales alegrías.

Cierto es que este virtuoso empeño ha empobrecido aún más a Portugal y Grecia y está por ver lo que suceda en España. Esperemos que no nos suceda lo que al burro del gitano, que tuvo la mala ocurrencia de morirse cuando su dueño ya casi lo había acostumbrado a no comer. También el asno tenía mucho vicio.

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