Llueven como chuzos las malas noticias sobre España en este tercer otoño triunfal de la crisis. El New York Times informa a sus lectores del "hambre" (sic) generalizada que obliga a los españoles a buscar comida en los cubos de basura: y apenas repuestos de tan sorprendente información, los afectados han de hacer frente a la caída de la Bolsa y a un nuevo brinco de la prima de riesgo que parecía ya calmada.

Los sobresaltos se suceden a tal velocidad que ni tiempo da a digerirlos. Coinciden en el mismo día, por ejemplo, el anuncio de un referéndum para la independencia de Cataluña con el asedio de miles de manifestantes al Congreso donde los diputados se reúnen para hablar de sus cosas. Y mientras todo esto sucede, en Galicia van cayendo alcaldes y concejales como si fueran perdices, con lo que se extiende aún más -por si hiciera falta- la idea de que la corrupción no es una anécdota sino más bien la norma en las administraciones públicas. Tan abrumadora es la sobredosis de novedades, por lo general infaustas, que acaso se esté creando alguna confusión entre el público. Un ciudadano expuesto durante algunas horas a la tele, la radio y/o los periódicos podría llegar fácilmente a la conclusión de que el alcalde de Ourense ha pedido el rescate a la Unión Europea y que Ángela Merkel dejó en libertad bajo fianza a Mariano Rajoy. Otros deducirán, tal vez, que la prima de riesgo ha ordenado al Servicio de Aduanas una estrecha vigilancia sobre Artur Mas, por si el presidente catalán insiste en poner fronteras con el viejo Reino de Aragón. Y hasta habrá quien piense que la hambruna africana en la que está sumida España ha abocado a millares de ciudadanos a exigir comida ante el Congreso. Un lío.

La realidad es tragicómica, pero no llega a esos extremos. El tan mentado y comentado reportaje del New York Times, por ejemplo, pinta una España hambreada en la que los parados acuden diariamente al supermercado del contenedor. De acuerdo con esa tenebrista visión, que el periódico realza con fotografías en crudo blanco y negro, este sería un país donde lo habitual es que se desahucie a la gente de su casa y una multitudinaria población de mendigos hace cola ante los comedores de caridad.

Poco importa que el 85% de la población tenga casa en propiedad o que, a diferencia de otros países -como Norteamérica, sin ir más lejos-, el Estado garantice la atención médica gratuita a sus ciudadanos. El caso es que la realidad, tan prescindible, no le estropee a uno un buen titular como el de "España: austeridad y hambre" con el que el Times ilustró a sus lectores de lo malísimamente mal que van por aquí las cosas.

Si a ello se añaden las imágenes con honor de primera plana en las que policías y manifestantes se sacuden a gusto ante el Congreso, sumadas a los anuncios de un proceso de secesión en Cataluña, bien pudiera ocurrir que por esos mundos de Dios se estén forjando un extraño -y desde luego, exagerado- concepto de España. Entre el Parlamento cercado y las vísperas de disgregación territorial, ya solo falta una Carmen (y no la de Merimée) para completar el repertorio racial de tópicos.

Nos queda, si acaso, el consuelo de saber que lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien. Si esa máxima publicitaria fuese cierta, España está que se sale. Ya solo falta que nos rescaten de tanta penuria.

anxel@arrakis.es