Inventora del capitalismo sin fábricas aunque con muchos ladrillos, España es la patria natural del dinero negro. Así acaba de demostrarlo, por si hiciera falta, el grupo de empresas que -presuntamente- se dedicaba a untar a alcaldes, concejales y otras gentes de mando en varios lugares de Galicia con el propósito de obtener a cambio contratos más o menos millonarios.

Sugieren en efecto las pesquisas de la operación Pokemon que la propia firma sobornadora encargó una auditoría interna para conocer en detalle los pagos que se libraban a los sobornados desde su caja B. El dinero negro, incontrolable por su propia naturaleza, habría escapado también al control de la empresa que lo manejaba.

Parece algo inaudito que se audite incluso el dinero oculto, pero lo cierto es que esto va a dificultar la tarea de la juez encargada del caso. Aunque algo recelosos, los directivos de las sucursales atendieron diligentemente las exigencias de auditoría de su empresa, anotando con minuciosidad contable los gastos de las comisiones abonadas. Lógicamente, las facturas se hacían a ojo de buen cubero y sin que figurase en la anotación el verdadero concepto del gasto ni, desde luego, el nombre del beneficiado por cada partida. De ahí la dificultad para casar las salidas del "debe" con los haberes supuestamente recibidos por los políticos que desde hace días van cayendo en la red del juzgado.

Malo es que una empresa no lleve adecuadamente el arqueo de su tesorería; pero aún más sorprendente parece que tampoco le cuadren las cuentas de la caja B donde se guarda el invisible dinero negro. De ahí que la dirección de Véndex recurriese -presuntamente- al método más bien atípico de una auditoría interna para tratar de poner en orden los números clandestinos de su otro balance. Tan extraordinaria resulta esa circunstancia que no queda sino esperar a que se confirmen las primeras informaciones sobre el caso. Auditar lo que por su propia naturaleza ha de permanecer oculto es una contradicción entre los términos, pero también una muestra de que los ordenantes de la auditoría de la caja B no estaban haciendo nada distinto de lo habitual. Inquietará un poco, si acaso, la posible extensión de estas prácticas una vez sabido que la empresa en cuestión tiene sucursales en cuarenta provincias de España.

El de Véndex no dejaría de ser -si se confirmase- uno de tantos ejemplos del capitalismo latino que impera en España. Decía Max Weber que los protestantes crearon su propia ética capitalista bajo el principio de que la riqueza honradamente adquirida es un signo de santidad, lo que acaso explicaría la bonanza de los países de confesión luterana.

Nada que ver, desde luego, con el dogma de la Iglesia Católica mayoritaria en las naciones latinas, que tiende a desconfiar de los ricos mediante extrañas comparaciones entre los camellos y las agujas.

Lo que de verdad parece importar aquí a la hora de hacer negocios no es tanto la imaginación y/o el trabajo como saber dar con la tecla del alcalde, el concejal o cualquier otro gerifalte que tenga en su mano la adjudicación de algún provechoso contrato. Aun así, no hay que negarles capacidad de innovación a esos empresarios españoles que -si fuese el caso- llegan al extremo de ordenar auditorías internas para controlar su propia caja B. Con B de bananero, el capitalismo latino podría habernos llevado a la actual Q de quiebra. Quién sabe.

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