Toneladas de minas, granadas, obuses y otro tipo de munición de guerra con componentes contaminantes permanecen a cientos de metros de profundidad y a pocos kilómetros de la costa española. Hasta seis depósitos submarinos de armas caducadas conservan las Fuerzas Armadas en aguas del Atlántico y del Mediterráneo, uno de ellos a 21 millas de Ferrol. Estos vertederos, denominados "zonas de lanzamiento de cargas de profundidad y vertedero de explosivos" fueron utilizados sin cortapisas hasta enero de 1995, fecha en la que España se adhirió al Convenio de Londres, integrado por 87 países y cuyo principal cometido es controlar las fuentes de contaminación marítimas realizadas desde buques y adoptar medidas para evitar el derrame de residuos.

El mantenimiento de estos basureros submarinos de armamento fue desvelado por el propio gabinete del almirante jefe del Estado Mayor de la Armada, Jaime Muñoz-Delgado, en declaraciones a Materia, publicación especializada en ciencia. Sin concretar ni el tipo de armamento almacenado ni la cantidad de munición que permanece en estos seis depósitos, desde el Ministerio de Defensa aseguraron a este periódico que se trata de armamento "exclusivamente de tipo convencional" y que los materiales arrojados al mar "estaban obsoletos y caducados".

El hermetismo sobre el seguimiento que se hace de estos depósitos y las actuaciones que se llevan a cabo o se prevén acometer para minimizar los efectos contaminantes de este armamento es absoluto. Preguntado también por estas cuestiones, el departamento que dirige Pedro Morenés eludió dar detalles sobre el control actual y futuro de estos vertederos submarinos.

Aparte del almacén de munición obsoleta que se encuentra a 21 millas de Ferrol -identificado con el enigmático nombre de F-130- hay otros cinco repartidos por aguas españolas. En el Mediterráneo se encuentran el M-135, un rectángulo en las proximidades de las islas Columbretes, un pequeño archipiélago protegido entre las costas de Castellón y Baleares, y el denominado M-134, un círculo a dos millas de radio a un distancia de cuatro millas de Cartagena. Los tres restantes están en el Atlántico: el llamado E-133, un área cuadrangular a siete millas de Cádiz; el E-132, a 30 millas de Cádiz y el C-136, un círculo de tres millas de radio a 13,5 millas al este del faro de la Isleta, en Gran Canaria.

Muchas municiones que todavía hoy permanecen en el fondo del mar fueron a parar a cientos de metros de profundidad después de la Segunda Guerra Mundial, pero los registros no se guardaron o fueron destruidos y en otros casos se carece de datos precisos, según explicaciones del subsecretario de la Comisión Ospar -órgano integrado por representantes de 15 países encargado de la protección de los ecosistemas marinos del Atlántico Nordeste-, el británico John Mouat, citado por la publicación científica Materia. Los datos más imprecisos son los relativos a dos de estos depósitos -el F-130 de Ferrol y el E-132 de Cádiz-, sobre los que tan solo tienen constancia como dos simples puntos en un mapa.

Según Mouat, los obuses, minas y granadas almacenadas en el océano todavía suponen riesgo para la población si son arrastrados por las olas hacia las playas y para pescadores y trabajadores de operaciones de dragado. En 2005, tres pescadores holandeses murieron por la explosión de una bomba de la Segunda Guerra Mundial que se enganchó a sus redes a unos 100 kilómetros de la costa.

Las explosiones también amenazan la fauna marina por la liberación de contaminantes peligrosos y por el sonido. Estudios realizados por Ospar citan la muerte de marsopas a cuatro kilómetros de una explosión e incluso de mamíferos marinos con daños permanentes en los oídos a 30 kilómetros de distancia. Además muchos de los componentes de este armamento de guerra -materiales pesados como plomo, antimonio, zinc o cobre; explosivos como trinitrotolueno, nitroglicerina o RDX y compuestos químicos utilizados para la propulsión- son "nocivos" para el medio ambiente.

Buceadores de las zonas de Ferrol y A Coruña desconocen la existencia de este vertedero submarino, situado a cientos de metros de profundidad. Cabe recordar que los buzos recreativos pueden bajar hasta 40 metros con botellas de oxígeno y los profesionales provistos con equipos especiales pueden alcanzar los 200 metros. Buceadores consultados por este periódico consideran que si el depósito del Ejército en Ferrol está profundo no supone impacto ambiental alguno y es "muy poco probable" que las corrientes arrastren ese material a la costa. "Es más fácil que esta munición la saque a flote algún arrastrero con las redes que llegue a tierra por las corrientes", apunta un buzo. En consecuencia, los expertos descartan afección alguna para los bañistas y los pescadores.

"No existe ninguna constancia de que este tipo de material haya llegado a costa", aseguran desde el Ministerio de Defensa.