Su abuela Rosalía siempre llevó en la cartera el retrato que su marido Manuel le había enviado en 1951 desde Nueva York y en cuyo reverso le escribió "Con todo mi cariño a mis Rosiñas". Es uno de los tesoros del álbum familiar de Sara Rosales que también forma parte de un rico archivo histórico de Galicia nutrido por las fotografías que los emigrantes se intercambiaban a un lado y otro del Atlántico para mostrar la prosperidad que disfrutaban en Cuba o Argentina, presentar a los recién nacidos o mantener vivo el recuerdo entre los parientes que se quedaban en la aldea.

Rosales ha recopilado una valiosa colección de fotos de su familia y de otros 46 casos en un novedoso estudio que revela la parte más íntima de aquellos que se fueron y de quienes les esperaron y añoraron. Presencia y ausencia. El papel de la fotografía privada en la emigración gallega a América en el siglo XX constituye su trabajo de tesis dirigido por el fotógrafo y profesor de la Facultad de Bellas Artes Manuel Sendón.

La investigación arrancó de forma casual cuando el docente pidió a sus alumnos de doctorado que comentasen sus álbumes familiares: "Al principio, creía que el mío no iba a valer porque era diferente al resto. Tenía muchas fotos de personas desconocidas para mí que habían emigrado, fotomontajes muy extraños, bodas en las que los retratados no se correspondían con los matrimonios...Y entonces decidimos estudiar si esto pasaba en otros casos".

Rosales acabó reuniendo 1.200 imágenes entre las conservadas por sus parientes y las cedidas por familias de emigrantes y retornados, así como las recuperadas por el grupo de investigación de Sendón. Y, a partir de ellas y de los testimonios personales, empezó a reconstruir su propia historia y la de otras familias para determinar qué tipo de fotografías se intercambiaba a través del océano y con qué funciones.

Fotógrafos profesionales

"Recordaba a mis tíos que venían de América los veranos y que mi abuelo a veces nos decía alguna frase en inglés porque había vivido cinco años en Nueva York. Pero nunca había profundizado en su historia", reconoce Rosales. Uno de sus descubrimientos fue que la fotografía de principios de siglo de sus tatarabuelos Clemente y Rosa colgada en el salón era en realidad un montaje muy común en la época para unir dos retratos realizados en sendos continentes, en este caso, Buenos Aires y Pontevedra, mientras el marido estaba emigrado.

Hasta la irrupción de la cámara doméstica en los años 40, la mayoría de la gente acude a los profesionales. La tatarabuela Rosa fue caminando desde Samieira, en el municipio de Poio, hasta Pontevedra para retratarse en el Estudio Zagala, el más prestigioso de la provincia en esa época.

Otros fotógrafos como el gran Virxilio Viéitez recorrían los pueblos con su cámara. "Hay testigos que te cuenta que algunos tenían que positivar en la fuente de la aldea", apunta Rosales.

La calidad de las imágenes y la cuidada puesta en escena pierden importancia cuando las instantáneas comienzan a ser tomadas por los propios emigrantes o sus parientes, pero, a cambio, se envían más fotos y éstas ganan en espontaneidad. "Empiezan a verse fallos pero incluso las desenfocadas se envían porque tienen un valor", explica la autora.

Además se empiezan a mostrar aspectos más íntimos de la vida cotidiana. Eso sí, siempre son momentos felices en los que los protagonistas aparecen sonrientes. "Aunque a veces la realidad no fuese tan ideal, siempre se envían de uno y otro lado imágenes un tanto edulcoradas, aunque en ocasiones lo estuviesen pasando realmente mal", sostiene.

Ni unos ni otros remiten imágenes en el trabajo: "Las únicas que he visto son de emigrantes cuando consiguen ser socios de un pequeño comercio o negocio. Y ni siquiera salen ellos". Es el caso de la foto enviada en los años 30 por José Álvarez Yáñez a su hermano Waldino, de Trives, en la que aparece la tienda La Muñeca, en Cuba.

La mayoría de las instantáneas de la diáspora presentan a recién nacidos y prometidos, muestran cumpleaños de los nietos y excursiones y asombran en Galicia cuando reflejan estampas urbanas de ciudades como Buenos Aires o La Habana.

"Desde Galicia les envían fotos de la casa familiar donde pasaron su niñez y que ellos valoran mucho porque alimenta su sentimiento de pertenencia y de seguir siendo partícipes. Cuando los emigrantes mandaban dinero para hacer alguna mejora, los parientes les devolvían fotos para comprobar los resultados", explica la autora, que incluye como ejemplo la imagen de una vivienda renovada remitida a Estados Unidos y Argentina, donde vivían varios hermanos, para agradecer las remesas recibidas.

Era inusual, sin embargo, compartir estampas que reflejasen avances sociales o desarrollo económico, de forma que los emigrados conservaban la misma visión de Galicia que cuando se marcharon: "Y al venir de visita se sorprendían de que hubiese carreteras o de que en las fiestas ya no se utilizasen magnetófonos".

A falta de teléfono y en una época en la que se tardaba casi un mes en cruzar el océano con un billete que equivalía al sueldo de varios meses o se compraba tras hipotecar una finca, las fotos eran auténticos tesoros que no se podían consignar por correo ordinario. "Se las confiaban a otros emigrantes que iban o venían y también a conocidos que estaban embarcados. Así es como se transmitían también los recados importantes. Y después incluso preguntaban por carta si habían llegado", aclara Sara Rosales.

Entre las imágenes que más le sorprendieron, la autora del estudio incluye las de las bodas por poderes como la de Elsa Martínez en Caracas, que aparece en el altar junto a su padre Gumersindo sustituyendo al futuro marido, que todavía estaba en Combarro.

Muchos novios, incluso siendo del mismo pueblo, se conocían en el extranjero, a menudo en la Casa de Galicia. Así les ocurrió a María Esperón y Sebastián, ambos de Samieira, que celebraron su enlace en Buenos Aires en 1952. Ellos hicieron llegar una foto de la celebración a sus parientes de la localidad pontevedresa y éstos, a cambio, le remitieron otra del banquete celebrado en su honor.

Las fotografías incluso permitieron que la madre de Rosales, Marosi, y su prima Berta continuasen luciendo los mismos vestidos después de que la segunda emigrase a La Habana con sus padres. "La hermana de mi abuela le enviaba las fotos y las telas desde Cuba y después ella intercambiaba las de mi madre para que viese el resultado", relata.

Mención aparte merecen las dedicatorias que acompañaban las estampas y que ofrecieron valiosas pistas durante la investigación. En algunas ocasiones prometían historias cautivadoras que Rosales no pudo llegar a completar porque los familiares no se acordaban.

Los textos muestran giros sudamericanos. "Tía Rosalía: esta foto es para que conozca a su sobrino Ariel y de paso vea a los viejitos y a Perfecto", aparece en el retrato enviado por la familia Gondar desde Buenos Aires a Sanxenxo en 1972. Pero la lengua materna aflora cuando expresan sus sentimientos. "Intentan escribir en castellano pero siempre ponen detalles cariñosos en gallego", apunta Rosales, que pone como ejemplo la dedicatoria de su abuelo Manolo.

Se fue recién casado y regresó a Galicia tras cinco años de trabajo en Nueva York "para mejorar la casa" y con un estilo a la Humphrey Bogart que llamaba la atención en el Sanxenxo de los años 50. "Se vino con camisas de franela que aquí no se veían. Causaba sensación", bromea su nieta.

Sin embargo, no todos regresaron de la diáspora. "A principios de siglo solo emigraban los hombres y las fotos muestran a mujeres solas y niños pequeños vestidos de homiños y con caras tristes. Y lo peor es que muchas eran viudas de vivos. Ellos formaban una nueva familia en la otra orilla e incluso a veces le ponían los mismos nombres a sus hijos. Yo conozco un caso así en el que los cuatro hermanos, dos gallegos y dos argentinos, llegaron a conocerse", revela Sara Rosales.

Aunque ella no encontró ninguna imagen necrológica en los 47 casos estudiados, hay numerosos estudios, entre ellos de Manuel Sendón, sobre los retratos de fallecidos enviados a América hasta los años 50 e incluso 60.

"Eran un encargo habitual para Ramón Caamaño o Virxilio Viéitez. Entonces se creía que una fotografía no podía mentir, por tanto suponía una certificación de la muerte y significaba que se podía repartir la herencia", explica Rosales.

Las imágenes en color irrumpen en los 60 desde Suramérica y Estados Unidos, varias décadas antes que en el rural gallego. En muchos casos, el intercambio de instantáneas ha sobrevivido a las videoconferencias y las redes sociales.

"Hay emigrantes que empezaron a mandar fotos en los años 30 y continúan ahora con las de los bisnietos", asegura.

Y así se van tejiendo a uno y otro lado auténticos legados familiares: "Los hijos que retornan traen con ellos el álbum familiar que sus padres se llevaron de aquí en los años 40 y 50".