"Galicia pudo llegar a ser Sicilia". Es uno de los testimonios recogidos por Nacho Carretero en su libro Fariña, que mañana se presentará en la Fnac de A Coruña a las 20.00 horas. De esta manera se describe el poder que el narcotráfico alcanzó en la comunidad en los 80 y los 90. La "complicidad" de miembros de las fuerzas de seguridad que actuaban como confidentes y la "desidia" de los políticos explican esa impunidad de la que gozaban los capos que "a punto estuvo de crear un contrapoder si el Estado no hubiese intervenido" evitando así que los narcos llegaran a colonizar grandes instituciones.

Tanto en los 70 con el contrabando de tabaco como en la siguiente década con la cocaína y el hachís y hasta las redadas de la operación Nécora en 1990, los clanes gallegos contaban con aliados en la Guardia Civil y según uno de los jueces entrevistados por Carretero, "en Galicia no había un solo partido que no recibiese financiación del narcotráfico" para sus campañas electorales. Uno de los ejemplos de esta "narcopolítica" fue Pablo Vioque, abogado afiliado al PP que mutó en narcotraficante, financiaba campañas electorales y ayudaba a partidos políticos. Carretero recoge que en los 90 este letrado convirtió la Cámara de Comercio de Vilagarcía en "una oficina mafiosa a la que poco le faltó para convertirse en un sindicato del narcotráfico". Vioque defendía desde su bufete a los clanes, a los que cobraba precios "desorbitados", manejaba la política y además "metía pesqueros con cocaína en las rías", lo que provocó su detención en 1995 debido a una descarga fallida en Cedeira al ser delatado por el jefe del clan de Os Piturros al que debía dinero.

Pese a que con menos fuerza que en la época de los grandes capos -Manuel Charlín, Sito Miñanco, Laureano Oubiña y Marcial Dorado- el narcotráfico sigue vivo y Galicia es todavía una puerta de entrada de la cocaína en Europa, aunque no la única como hace dos décadas. Todavía llegan alijos a las costas gallegas e incluso hay casos que parecen sacados de la década de los 70 como el de un guardia civil de Vigo detenido en una operación antidroga que actualmente dirige la Audiencia Nacional.

La historia del narcotráfico se remonta a la Guerra Civil con los asaltos a los buques que naufragaban en las costas gallegas, a los que siguió el contrabando de penicilina y alimentos en la raia entre Ourense y Portugal y el contrabando de chatarra en el Baixo Miño. El contrabando de cajetillas de tabaco comenzó en la ría de Arousa con Manuel Díaz, presidente del Celta en los 60, y con Terito y Nené Barral, exalcalde de Ribadumia imputado ahora por la Audiencia Nacional por un delito de hace 12 años. Ambos eran conocidos y amigos del expresidente de la Xunta Manuel Fraga y los primeros señores do fume, cuya estela siguieron algunos de los que años más tarde se convertirían en grandes capos como Laureano Oubiña, Marcial Dorado o los Charlines. Manuel Charlín, El Viejo, fue precisamente el pionero en dar el salto a la cocaína al introducir el primer alijo de droga en la ría de Arousa a principios de los 80. Los más jóvenes de los clanes descubrían que estaban "perdiendo el tiempo" con el Winston de Batea -nombre que recibía el contrabando de tabaco porque a veces se escondían las cajetillas no solo en casas de vecinos o naves sino también en bateas antes de distribuirlo- y se abría ante ellos un nuevo negocio que les reportaba "más dinero y con menos esfuerzo" de cuyas ventajas lograron convencer a los jefes de las organizaciones.

La costa gallega se llenó de fardos en los 80 y los capos siguieron amasando fortunas de las que no dudaban de presumir gracias a sus negocios con los cárteles colombianos -sobre todo Medellin, Cali y Bogotá- que confiaban en los gallegos para realizar descargas de grandes cantidades y que desde Madrid blanqueaban el dinero para enviarlo a Colombia. La intervención del Estado con la operación Nécora en 1990, con el juez Baltasar Garzón al frente, supuso la pérdida de poder de los capos y también la tolerancia que ante ellos tenía la sociedad.

Carretero recuerda que cuando Madrid decidió tomar cartas en el asunto las instrucciones a las autoridades policiales eran claras: "Ni una palabra a Galicia", debido a la complicidad tanto de algunos políticos como de agentes con los clanes. El autor recuerda que "quien no quiso bailarle el agua al narcotráfico" y "levantó la voz" se marchó de la comunidad. En uno de los capítulos recoge que cuando Mariano Rajoy como presidente de la Diputación de Pontevedra se rebeló contra el contrabando de Terito y Nené Barral Manuel Fraga le aconsejó: "Mariano, vete a Madrid, aprende gallego, cásate y ten hijos".

El Estado "llegaba tarde" pero organizaba la primera redada simultánea a 50 imputados en el primer movimiento serio del Gobierno central contra el narcotráfico gallego que mostró por primera vez que "los narcos no eran intocables". La operación pretendía "trincarlos en pijama", pero los grandes capos fueron absueltos aunque se llevaban un aviso y tenían que ser más discretos.

La sentencia de la Nécora se saldó con 48 imputados aunque con los grandes narcos en la calle. No sería hasta 2004 cuando se cerró la operación, y todos menos Charlín acabaron y siguen en prisión. Sito Miñanco, sin embargo, tiene el segundo grado y Oubiña saldrá de la cárcel el año que viene tras 26 en la sombra.

Entre el inicio y el final de la Nécora está el trienio 2001-2003 en el que, según Carretero, se vivió la "orgía" y los años más convulsos del narcotráfico gallego, y al mismo tiempo un combate "a tumba abierta" entre los clanes y las autoridades. Fue el juez José Antonio Vázquez Taín el encargado de asestar el golpe final a los históricos ampliando el campo de batalla a su entorno. Debido a que los grandes clanes debían moverse con más cuidado al estar más vigilados, los que hasta entonces se habían mantenido en segunda línea como Os Lulús, el hijastro de Oubiña David Pérez, Os Mulos, Os Piturros o Os Panarros empezaban a resurgir.

Y también se cambiaba el modus operandi pasando de las barcas a las planeadoras de 1.000 caballos, entre las que destaca A Patoca, que convirtió a su dueño Patoco en el rey de la ría de Arousa. Los narcos ya solo se dedicaban al transporte y se limitaban a recoger la cocaína y meterla en tierra para dársela de nuevo a los colombianos. La operación Tabaiba consiguió frenar en 2009 el periodo de máxima actividad de las planeadoras con 26 procesados.

En la actualidad los capos (por lo general familiares de los antiguos) conviven con empresarios de éxito con negocios como tapadera y con los "narquitos", jóvenes que empiezan a trabajar para los clanes. "En Galicia ha habido, hay y siempre habrá narcotráfico porque cuando detienen a uno aparecen otros dos y siempre hay alguien dispuesto a realizar una descarga", apunta el autor de Fariña.

La sociedad ha cambiado la imagen que tenía de los narcos y ya no los ve como gente que da trabajo y los niños ya no dicen que quieren ser de mayores "contrabandistas como sus papás" como declaraban en los años 80. A raíz de las manifestaciones de las Madres contra la droga organizadas por la asociación Érguete con Carmen Avendaño a la cabeza y de la Fundación Galega contra o Narcotráfico a mediados de los 90 -y muchas veces delante del pazo de Baión de Oubiña- los narcos "dejaron de ser adorados" y empezaron a ser considerados delincuentes.

Esta línea de separación entre sociedad y narcotráfico que antes no existía y la lucha constante con las autoridades provocó el paso de la ostentación a la discreción. Los capos "ya no lucen sus mansiones y coches ni organizan fiestas con políticos". Es raro ver también a "horteras sin gusto" como "un chico que trabaja una frutería con un coche deportivo" o "una señora que vende bocadillos de calamares con un Rolex en la mano". Ahora, según relata Carretero, "los capos no se dan baños de masas y son huraños que viven recluidos" y llevan a cabo una precaución "enfermiza". Pone como ejemplo que en la época de esplendor del narcotráfico se reunían en un restaurante para celebrar una mariscada y hablar de negocios y en la actualidad "se encuentran debajo de un árbol después de dar 40 vueltas a una rotonda" para vigilar que nadie les sigue. Lo que no ha cambiado con esta desaparición de la impunidad para los narcos es el manto de silencio que los cubre porque nadie los delata. Y los gallegos -dice el autor- siguen pagando "la estigmatización" que ha provocado el narcotráfico y que es aún hoy "motivo de burla" al pasar la frontera de la comunidad.