Ha sido como para contentar al respetable. Hay dinero a la vista. Se rompe el techo económico máximo blindado por el Convenio sobre Responsabilidad Civil y la sentencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo crea jurisprudencia. El que contamina, paga; pero quien tuvo en sus manos las riendas de las decisiones definitivas del caso Prestige se llama Andana con el permiso del mismo Tribunal. El capitán del buque, el griego Apostolos Mangouras, se librará, por sus actuales 81 años de vida, de dos años de cárcel, pena a la que el alto tribunal le condena por un delito contra el medio ambiente en grado de imprudencia grave. Todo, por haber capitaneado un viejo candra y petrolero al que, sin embargo, las autoridades marítimas permitían seguir navegando.

La culpa exclusiva es de Mangouras. El alto tribunal español prefiere ignorar el hecho de que si Mangouras renuncia al mando del Prestige, otro capitán de cualquier nacionalidad lo habría aceptado. Para quienes autorizan a un buque de las características del petrolero de Bahamas seguir navegando y transportando cargas peligrosas, no hay condena.

Tampoco la hay -ni se esperaba- para un Gobierno que, en el momento concreto, centró su atención en alejar el buque "cuanto más, mejor" de las costas españolas y no en dar cobertura a este en una zona de aguas tranquilas para proceder al trasvase de su carga. Mucho menos, para los responsables de la Dirección General de la Marina Mercante, que al parecer hicieron lo que debían como subalternos que eran del entonces Ministerio de Transportes, cuando pontificaban y actuaban al dictado de sus miedos personales por experiencias sobrevenidas. Todo bien.

Lo importante, ahora, es que, aunque se ha alterado el orden de los factores (indemnizando con dinero propio para, en la actualidad, recuperar lo adelantado) el valor del producto se mejora.

Al capitán Mangouras le sale a poco menos de un año de cárcel la hora (de las dos y media que tardó en decidir obedecer la órden de tomar remolque). Para el ministro de turno, el director general de turno y el personal a sus órdenes, ni un solo minuto.

Una sentencia a la altura de los hechos, que pretende ser ejemplar y que sigue dejando al personal marítimo con cara de póquer porque no se entiende que el único culpable de lo sucedido sea Apostolos Mangouras, un anciano que no pisará la cárcel nuevamente, como otros no pisaron la calle al grito de Víctor Jara. La entonces marea negra abre importantes expectativas: se convertirá, con toda probabilidad, en una marea de millones de dólares. El Estado español, esta vez se libra: pero a Galicia no se le compensa del daño recibido.