"Con él tenemos una oportunidad". Esta frase de un alto cargo de la Xunta evidencia el tímido optimismo que ha inundado las filas populares después de que Alberto Núñez Feijóo revelase que optará a un tercer mandato. Asume el presidente de la Xunta el reto más difícil: encadenar tres mayorías absolutas en un momento muy complicado para sus siglas, que han mostrado síntomas de debilidad en las urnas.

A Feijóo le precede la fama como gestor que sus compañeros proclaman, pero una de sus cualidades que menos eco mediático despierta es un olfato político para anticiparse o esperar, para adaptarse a la coyuntura y para levantar un Partido Popular sólido a partir de la decadencia del fraguismo. Lo logró gracias a la victoria de 2009, cuando con un escaño tumbó al bipartito en lo que sus rivales denunciaron como una campaña sucia.

Entonces, percibió que algo había cambiado en la política con la crisis económica y que era necesario articular un discurso a partir de la austeridad.

Quizás es el único punto en común que mantiene con su némesis Xosé Manuel Beiras: aprender de las palabras de Albert Camus en 1944. "Para nuevos tiempos son necesarias si no palabras nuevas, al menos un ordenamiento nuevo de las palabras". Al veterano dirigente, la apelación al mestizaje de siglas le permitió resucitar políticamente con Alternativa Galega de Esquerdas (AGE); a Feijóo, mantener el poder.

Tres años después de ganar en 2009, el de Os Peares aumentó su mayoría absoluta en tres escaños hasta los 41 con un discurso cargado de referencias a los necesarios ajustes en plena crisis y con un adelanto electoral clave de unos meses. Sus críticos, incluso en el PP de fuera de Galicia, matizan que su victoria se produjo antes de que el Gobierno de Rajoy acometiese los recortes más duros, pero también es verdad que en Galicia se aplicó la tijera.

Tras batirse con un bipartito que ponía fin a 16 años de fraguismo y con la crisis, Feijóo se enfrenta ahora al reto de ser el único que revalide una mayoría absoluta. Sin 38 escaños, sabe que no gobernará y para él supondrá una tortura comprobar que Marea, PSdeG y nacionalistas lo apartan de San Caetano. Si gana, Génova estará obligada a mirar hacia él. Nadie tendrá su balance.

Y ante ese panorama, las miradas estarán puestas tanto en quién designa como número dos del partido como en si mantiene a Alfonso Rueda de vicepresidente. Si emigra antes de acabar la legislatura para tomar las riendas del PP nacional, por mucho que ayer señalase Galicia como culmen de sus aspiraciones, esos nombres podrán asumir el liderazgo. En las quinielas, además del actual vicepresidente, aparecería también Pedro Puy, así como la nueva camada popular. Nadie, de momento, quiere oír hablar de esas opciones.

Las elecciones se producirán en octubre y a ellas llegará Feijóo con 55 años y un mes, convencido de que resulta positivo vender estabilidad ante las tensiones de un posible gobierno de izquierdas o nuevas elecciones. En contra, tendrá la tendencia electoral, que en las municipales despojó al PP de la mayor parte de su poder urbano: apenas ostenta el bastón de mando de Ourense y mantiene la Diputación también ourensana. Sin volver a pescar en las ciudades, no podrá gobernar. Y aunque A Coruña ganará un escaño y alcanzará los 25 en juego en estos comicios, el partido de la gaviota considera clave Pontevedra, por lo que ha enviado allí a Rueda. El desgaste de la marca PP quedó evidenciado en las generales, donde pasó del 52% de votos de 2011 al 37% en Galicia.

Para invertir la tendencia, Feijóo presentará un balance de gestión centrado en las luces -mejora del paro, crecimiento económico, control de la deuda y del déficit- y huirá de las sombras como los problemas del sector eólico, lácteo o del transporte o las víctimas de la crisis que no han logrado salir de ella. Además, sabe que la oposición lo atacará por su relaciones con Marcial Dorado, denunciado por narcotráfico con el que compartió vacaciones en los 90, y Pachi Lucas, presunto conseguidor de una trama de corrupción.

Sin embargo, el pesimismo en el PP, que lo fía todo al hiperliderazgo de Feijóo que dejaría un agujero enorme en caso de perder el poder, ha tornado cierto optimismo ante la incapacidad de la oposición para presentar un proyecto. El PSdeG se encuentra descabezado, como una Marea que está por ver cómo gestiona sus relaciones internas, a pesar de haber demostrado su innegable tirón electoral; tanto, que Feijóo ya ha castigado el orgullo de un PSOE "cuya máxima aspiración" es darle el poder "a Podemos". Mientras, el BNG se mantiene enredado en su debate interno. Todos le han regalado la iniciativa, pues es el primer candidato en la carrera presidencial.