El fuego entró en la ciudad de Vigo por el barrio de Navia y las llamas ascendieron en una vertiginosa carrera a través de las fincas llenas de maleza hasta la avenida de Europa. Apenas dos kilómetros de territorio donde ayer al mediodía todavía humeaban las zonas quemadas y cuyos vecinos, muchos de ellos desalojados, se recuperaban de una noche de muchos nervios y temor a perder sus hogares. Una auténtica zona cero donde cubos, tinas e incluso extintores amontonados por aceras y caminos daban testimonio de las cadenas humanas de solidaridad que lograron extinguir la amenaza. Agradecimiento a los vecinos, tanto a los de toda la vida, los de la puerta de al lado, como a los desconocidos llegados de zonas más alejadas animados por el único impulso de echar una mano, pero también críticas a las administraciones ante la nula limpieza de las fincas quemadas, cuyos matorrales se convirtieron el domingo en un auténtico polvorín.

"Antes o después iba a pasar algo. Han puesto denuncias pero llevan más de cinco años sin limpiar la maleza y las llamas eran impresionantes. Me vino a buscar un hermano que vive en Samil y cuando miraba hacia arriba y veía el incendio estaba convencida de que perdía mi casa. No le deseo a nadie esa angustia bestial", relataba ayer Carmen Lago, que reside en la vivienda familiar donde nació, en la calle San Paio.

En las casas lindantes con las parcelas arrasadas las llamas lamían los muros. "Las incendios de Coruxo ya estaban muy abajo y en cuanto abrí la ventana y vi que caían cenizas cogí a mis hijos de 11 y 12 años y nos fuimos. Fue una noche dura, con miedo. Volví de madrugada para ver si la casa estaba bien, pero no dormimos aquí. El canalón de agua se derritió. Esto se veía venir por la maleza que había", se lamentaba Elvira Fariña mientras limpiaba su finca.

Las mismas escenas se vivían minutos antes en la calle Pedra Seixa. Los vecinos del PAU de Navia fueron los primeros en acudir a sofocar las llamas y, mientras se afanaban en su labor, veían estupefactos cómo comenzaba a arder en otras parcelas próximas como la lindante a la vivienda de José Fernández, que quedó totalmente calcinada a igual que las vigas que almacenaba allí para ser restauradas. "Vivo con mi madre, una mujer mayor de 91 años, y todo fue cuestión de minutos. No he dormido nada. Tengo que agradecer la ayuda de todos los vecinos, todo el mundo echó una mano con calderos y mangueras. Los bomberos también pasaron por aquí pero si no fuera por ellos... Lo principal es que solo hubo daños materiales", agradecía emocionado. Y uno de esos vecinos solidarios completaba su testimonio: "Esto era el fin del mundo".

Las lágrimas asomaban en los ojos de Telmo Comesaña al recordar lo vivido en la casa en la que reside desde hace 46 años y que ayudó a construir con sus propias manos: "El sentimiento no se paga. La solidaridad humana que tuvimos fue auténticamente emocionante. Esto fue una invasión de gente joven que trabajaba con una gran disposición. Tenemos una gran juventud. Me queda una magnífica impresión".