Eran alrededor de las cinco y media de la tarde cuando en Chandebrito (Nigrán) se percataron de que el fuego empezaba a subir por las laderas desde la parroquia vecina de Camos. En cuestión de minutos, las llamas no paraban de brotar en todas las parcelas arboladas. El cielo se oscureció súbitamente, sumiendo al pueblo en una noche iluminada por las llamas. "En media hora se convirtió en el infierno", resume Inés Domínguez. A muchos les parece un milagro haber salido de allí para contarlo.

Cuando vio el panorama, Domínguez, en la treintena, llevó a su hija de 10 años y a otra niña a un barrio más seguro. Al volver, la Policía la apremió a salir del pueblo. Pero pronto se dio cuenta de que el camino marcado, por la carretera que comunica con el monte Alba, era una vía cegada por las llamas. Así que se volvió a la zona baja de la parroquia, algo más segura al no haber tantas masas arbóreas. Allí acabaron el centenar de vecinos y los agentes que resistieron al fuego hasta que, alrededor de las tres de la mañana, empezó a llover.

Varios vecinos dieron cobijo en sus casas a los que tuvieron que huir de las zonas más afectadas. En un de esas viviendas se reunieron hasta 10 niños y dos personas mayores. Algunas de las personas de más edad y movilidad reducida tuvieron que refugiarse en los bajos y sótanos. El humo ahogaba tanto fuera como dentro, así que tuvieron que recurrir a paños húmedos para facilitar la respiración.

Antonio Fontán se pasó la noche entre su vivienda, en las que se encontraba su suegra, de 88 años e incapaz de moverse por sí misma, y la de su hija, a unos centenares de metros. La mujer estaba ausente, así que le pidió a su padre que vigilase la casa para que no acabase calcinada. Lo logró.

Atrapados

Los vecinos atrapados, al menos, encontraron en las comunicaciones por móvil un aliado. Pudieron informar a sus seres queridos de la situación y también recibir datos de cómo evolucionaban los acontecimiento en las parroquias contiguas, también muy castigadas.

Cuando llegaron a Chandebrito, los agentes de la Policía Nacional instaron a todo el mundo a abandonar el núcleo. "O salimos de aquí o morimos todos", les trasladaron a los vecinos. Pero muchos se resistieron y optaron por quedarse a luchar por sus viviendas, ya antes de que escapar no fuese una opción. "Es lógico, quieres salvar lo tuyo", tercia Ángel Davila, uno de los que permaneció. Al hombre, que regenta un bar en la parte alta de la parroquia, lo avisó un cliente y en seguida corrió a proteger su casa, hasta que se le agotó el agua del pozo. Luego llegó la lluvia.

En la parroquia hay división de opiniones sobre la actuación policial. Unos creen que cundía la descoordinación y que su desconocimiento de la zona puso en peligro las vidas de los vecinos, al urgirlos a evacuar por "ratoneras". Otros se muestran comprensivos y defienden que hicieron todo lo posible por ayudar. Ayer este diario narró la extrema tensión vivida por los agentes, hasta el punto de que algunos pensaron en recurrir a la pistola para, llegado el caso, quitarse la vida sin sufrir.

"Tenían más miedo ellos que nosotros", asevera Davila, que incide en que su desconocimiento del terreno les impidió tomar decisiones adecuadas. En la misma línea se expresa Inés Domínguez. En cambio, el matrimonio de Manuel Pérez y María del Carmen Vidal resaltan que los agentes lucharon a su lado y que hicieron todo lo que estaba en su mano. "La situación era incontrolable, y son humanos", apuntan.

Antonio Fontán es de la misma opinión y recuerda que su especialidad no son los incendios forestales. Se muestra agradecido a dos agentes en concreto Emilio Reimóndez, porque l e ayudaron a entrar a pie en Chandebrito para ayudar a su hijo, que se había quedado en el núcleo defendiendo una propiedad.