Dentro de unas horas operan al padre de Luz Marina Linares en Caracas. Y a la lógica preocupación se acumula la distancia. Que duele también. Ella y sus dos hijos de ocho y 15 años abandonaron la capital de Venezuela y llegaron a Galicia el pasado 17 de diciembre en busca de la oportunidad de una vida tranquila que en su país hace tiempo que es imposible. El médico les dijo que si su padre no pasaba por quirófano esta semana, la próxima les costaría "cuatro, cinco o seis veces más". La economía venezolana está así, subida a una montaña rusa donde los productos básicos son un lujo sin tregua en el encarecimiento, día tras día. Entre la familia que le quedó allí y un amigo de Madrid, Luz consiguió el dinero suficiente para costear la intervención. "Con todos los años del mundo que podamos tener trabajados es imposible alcanzar el pago de ese tipo de operación", lamenta Luz, durante el descanso del curso que estos días se imparte en la Federación Venezolana de Galicia (Fevega) en Vigo para orientar a los emigrantes venezolanos recién llegados a volver a empezar. Un "kit de bienvenida", como anuncia el cartel en el local, en turnos de casi una decena de personas, a un nuevo territorio separado del suyo por 6.600 kilómetros de distancia y por un mundo entero en idiosincrasia, ante un mercado laboral que les exige el doble que al resto para entrar.

"La gran pregunta es qué necesitan. La mayoría responde que empleo. Pero ¿qué tipo de empleo? ¿cualificado, no cualificado? Siempre se están buscando personas para limpiar casas, cuidadores, barrenderos... Pero son gente con titulación universitaria, formada", cuenta Manuel Méndez, el encargado de impartir estas jornadas. La idea fue suya. Necesitaba hacer sus prácticas del grado de Educación que cursa en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y propuso a Fevega un programa socioeducativo. Manuel tenía experiencia previa con el colectivo de inmigrantes, sobre todo de origen venezolano, y sabía de primera mano sus necesidades.

En el curso hoy abordan precisamente el funcionamiento de las oficinas públicas de empleo y las opciones disponibles para acreditar su formación. Manuel les advierte de que la homologación de los títulos es una solución "a largo plazo". La burocracia juega en su contra y a muchos no les sobra el tiempo. Tienen que trabajar.

Entre ellos hay casos de todo tipo. "A mí me inscribieron como si no tuviera ningún estudio", se queja una. "Yo logré la homologación. Soy administrador de empresas, pero no saben cómo catalogarme", apunta un compañero. Ninguno disimula el malestar cuando otra de las participantes relata la cita con la orientadora laboral y el consejo que le dio: "Me dijo prácticamente que volviera a mi país".

En los planes de Marco Zamora no estaba dejar su tierra por voluntad propia. Su mujer es de origen gallega y sus hijos están afincados en Madrid. "Los visitamos y decidimos quedarnos por razones que no hace falta comentar, son obvias", cuenta, muy emocionado. "Soy ingeniero, pero no tengo el título homologado. Mi intención no era venirme aquí, pero me tocó de esta manera -continúa-. El tema laboral está complicado hasta para los que están aquí. Pero cuando uno consigue venirse y oficialmente tengo el nivel de analfabeto... Es terrible. Aquí no soy nadie".

Por eso Manuel Méndez insiste mucho en la jornada sobre las alternativas que existen mientras esperan una homologación que puede tardar entre seis y ocho meses. "La solución a corto plazo es un certificado de profesionalidad y a medio plazo el examen de competencias clave de la Consellería de Traballo", les informa. Lo segundo les pilla con poco margen de maniobra en estos momentos porque las pruebas fueron este fin de semana. Piensan ya en preparase para las del año que viene en caso de que no exista como teme Manuel una convocatoria extraordinaria en otoño. Les entrega una copia de cómo son los ejercicios. "Básicamente es comprensión lectora. Ir a palabras clave para entender el contexto", explica el encargado del curso. "Sí, parece lógica", responde una de las asistentes.

"Ustedes tienen estudios, capacidad y actitud. Si no, no estarían aquí", apela Méndez, que incluso les propone organizarse para compartir coche hasta Silleda, donde se realizan las pruebas, y ahorrar dinero, que no sobra, en el trayecto. La relativa sencillez de las preguntas para conseguir el certificado que les borre en las oficinas de empleo de la categoría más baja posible anima a los inmigrantes. "Pues van a tener trabajo entonces el fin de semana. Harán la prueba de competencias", encarga Manuel.

En Galicia vivían el pasado año 24.396 ciudadanos nacidos en Venezuela. Solo en el último ejercicio, el número aumentó un 10%. Casi 3.173 residen en la ciudad de A Coruña, donde el alza es todavía superior, del 11,3%, según los últimos datos del padrón recogidos por el Instituto Galego de Estatística. El flujo de inmigrantes desde el país no ha dejado de crecer en los últimos años, especialmente de los que no cuentan con nacionalidad española. Llegaron a la comunidad casi 3.000 venezolanos durante 2016 -ocho al día-, lo que supone un incremento respecto a 2015 del 61%. En comparación con 2013, la inmigración de Venezuela a Galicia se disparó un 345%.

Luz era gerente de Recursos Humanos en una empresa de equipos médicos. Su salario ascendía a un millón de bolívares. ¿Parece mucho? Pues apenas es algo. Con la enorme devaluación de la moneda hoy no podría comprar ni una hamburguesa. En plena campaña electoral para las presidenciales del próximo día 20, y en medio de una oleada de movimientos por parte del régimen chavista contra el sector bancario que han acabado por intervenir Banesco, propiedad de Juan Carlos Escotet, dueño de Abanca, ella es pesimista sobre posibles cambios ante "la pérdida de equilibrio" entre la sociedad y el poder, con los políticos "con un rol enfocado en beneficio propio". "No hay capacidad productiva, las empresas han sido expropiadas, van quitando materias importantes en la educación para tener un pueblo oprimido, que no piensa, sin razonamientos propios", narra. No puede evitar echar de menos "la comodidad de tener un carro, una casa con más espacio". "Mi rutina cambió totalmente", admite.

La metamorfosis es brutal para todos los que hoy están aquí y van pasando por Fevega para aprovechar ese kit, que es también un poco de supervivencia. Habitualmente las administraciones se llenan la boca hablando de la inserción, pero conseguirlo suena a utopía si Marco, Luz y el resto de sus compatriotas desconocen los caminos para incorporarse a la sociedad. "Estamos aquí para entender desde el principio el funcionamiento de la educación, el empleo, la salud...", dice Luz. "Siento de repente que todo va de una manera más reglada, ordenada -añade-. Tienes que olvidar de dónde vienes en ese sentido, del funcionamiento de las cosas". "Estamos en ese proceso, es otra forma de ver, vivir y pensar, así que agradezco muchísimo esta excelente iniciativa de Manuel y Fevega", afirma Marco, para el que la vida "comienza aquí". "Tenemos mucho que dar, somos profesionales con experiencia. Esto es una oportunidad de vida y quiero ser gallego", asegura. "Quiero ser gallego", repite.

A esta historia le falta el final. No lo tiene de momento. En realidad son muchas historias. La de cada uno de los venezolanos que huyen de la profunda crisis de su país y buscan en Galicia otra oportunidad. Una nueva vida. La inmigración desde allí a la comunidad se disparó un 345% desde 2013. Cada día llegan más de ocho. Que esos finales sean felices depende de una exitosa integración que va mucho más allá de los permisos de residencia.