"Por aquí no había nada igual. Era toda la ría", asegura el exempleado de la Cros José Dopico sobre la fábrica de abonos en la que trabajó durante más de veinte años. La empresa atrajo a O Burgo a vecinos de otros municipios y dio vida a la zona hasta su cierre, en los años ochenta. Hoy, los esqueletos de las dos naves abovedadas permanecen a la espera de recibir financiación del Gobierno central para cumplir el deseo del Ejecutivo municipal: hacer de la estructura de la antigua fábrica un centro cultural.

Pese a no obtener los fondos del Ejecutivo estatal -que alega dificultades económicas- tras años con la iniciativa pactada, el alcalde, Julio Sacristán, se muestra comprensivo por la situación económica actual y, por ahora, prefiere aguardar a que la resulte más viable el proyecto. En contra de las sospechas de algunos vecinos, Sacristán confía en que el centro cultural se construirá y descarta cambiar de planes y pensar una alternativa para el futuro de las naves de la Cros, opción posible ya que el grado de protección que fija el catálogo de patrimonio del Plan General de Ordenación Municipal (PGOM) para las estructuras de las naves es el mínimo, ambiental.

La estructura que Culleredo pretende convertir en un espacio para la cultura fueron en su día solo una parte del gran complejo que la Sociedad Anónima Cros inauguró en O Burgo en 1931. "Había dos naves de sulfúricos, naves de talleres, naves de plomería, de carpintería, oficinas, una báscula donde se pesaba a los camiones... Desde la estación hasta la de sulfúricos había naves. Debajo de la carretera había una piscina y un campo de tenis para los jefes y en una casa que había a la orilla vivía el director, que no era gallego", relata Dopico, que durante sus más de dos décadas en la fábrica ejerció de tornero, además de formar parte del comité de empresa con Comisiones Obreras.

La fábrica atrajo a O Burgo a trabajadores de otros municipios, que se asentaron en suelo Cullerdense, muchos con sus familias, al conseguir un puesto de trabajo estable en la Cros. "Para lo que había aquí, era muy importante", afirma Dopico, y solo equipara a Bunge y a Conchado con la relevancia de la Cros en su día. "Dio vida a mucha gente, como a los bares de la zona, porque se trabajaba a turnos y muchos ya tomaban unas copitas por la mañana", recuerda el vecino de O Burgo.

Un autobús, relata el extornero, llevaba a la gente desde A Coruña cada día para trabajar en la fábrica de Culleredo. Dopico fue uno de los empleados que decidió mudarse y dejar A Coruña, donde vivió en su juventud, y afincarse en O Burgo. El extrabajador de la fábrica cullerdense explica que, entre todas las dependencias, llegó a sumarse una plantilla de más de 200 trabajadores en los primeros años de funcionamiento, aunque la mecanización de los procesos rebajó después el número hasta alrededor de 125, apunta.

La contaminación de los productos químicos que se manejaban y producían, como ácido sulfúrico, no alarmaba a los empleados. "Antes no había problemas de contaminaciones. La gente quería que no cerrara la fábrica", narra Dopico. Y no porque no se notasen consecuencias: "A alguna gente el flúor silicato le hacía sangrar la nariz al respirarlo. Y el ácido sulfúrico daba tos y asfixiaba".

Dopico duda que el proyecto de un centro cultural salga adelante. "Quizá dentro de 40 años, pero yo no lo veré", augura, y considera, además, que la rehabilitación de las estructuras fue un "malgasto". Por ahora, el único uso que se ha hecho del espacio fue un espectáculo multidisciplinar el pasado mes de agosto. El alcalde recordó entonces que el Concello, la Diputación y la Xunta habían cumplido su parte y que la zona está ya descontaminada y las estructuras consolidadas. Llegado a ese punto, el alcalde prefiere esperar.