A simple vista parece una jarra gigante de barro, y rota. Pero es una parideira, un utensilio que se utilizó desde el siglo XVI hasta comienzos del XX para que diesen a luz las mujeres. Lo hacían de pie, en cuclillas, y la matrona cogía el niño metiendo las manos por la parte abierta de la boca de la jarra. Junto a este objeto existe otro también curioso, otra especie de gran jarra llamada dompedro o perico, que se usaba también antiguamente como wáter portátil que, al llenarse, se lanzaba su contenido por la ventana al grito de "¡Agua va!".

La historia de estas dos piezas procedentes de un alfar de Úbeda (Jaén) la explica desde hace años el guía Alfonso Gómez a todos los que visitan el Museo dos Oleiros o Museo Kaydeda en Santa Cruz, una de las mejores colecciones de alfarería de toda España tanto por su amplitud, más de 5.000 piezas, como por su valor etnográfico, al estar representados prácticamente todos los alfares de la Península, muchos ya desaparecidos.

Este museo que está a punto de cumplir dos décadas es el fruto de treinta años de búsqueda del polifacético artista de origen catalán José María Kaydeda y su mujer Teresa Jorge. La pareja recorrió 46.280 pueblos y ciudades y 248 centros de alfarería para adquirir piezas. Donaron todo al Concello de Oleiros, que en 1995 inauguró el museo en As Torres. De forma simultánea se puso en marcha la Feira de Oleiría, Alfaroleiros, cristalizando así el interés mutuo de Kaydeda y de Ángel García Seoane de potenciar este trabajo ancestral y mostrar la valiosa colección que constituye un notable patrimonio cultural del Concello y de Galicia.

"Cuando llegaron las piezas estaban embaladas con papel de periódico y mientras iba desembalando Kaydeda me explica su origen, su uso. Una de las características fundamentales de esta colección es que la mayor parte de las piezas tienen un uso, son prácticas, no ornamentales", explica el guía Alfonso Gómez. La colección, de la que solo se expone una parte por falta de espacio, representa a unos 250 alfares de toda la Península. Las piezas se exponen precisamente por alfares, con piezas representativas de cada uno de ellos, acompañadas de una fotografía del alfar y sus artesanos, muchos ya fallecidos.

En una de las salas están las piezas más antiguas, de entre cien y doscientos años. Hay un expositor con figuras de Centroamérica, otro muestra herramientas de los artesanos y uno exhibe los juguetes, los lilos que hacían los oleiros a sus hijos para que se entretuviesen mientras ellos trabajaban: buxinas, chifres, diminutas jarras o porrones.

Una grillera de un artesano de Toledo que les encanta a los niños, candiles de Andújar (Jaén), aceiteras, chocolateras, olas de hacer mantequilla de Mondoñedo, petos (huchas), un recollepipas o escorrecubas (para que no gotease el vino de los barriles) de Gundivós (Lugo), remates para el tejado de Salvaterra de Miño, tinajas para las olivas de Bailén (Jaén), impresionantes piezas de Alba de Tormes (Salamanca) que casi parecen realizadas por palilleiras, como de encaje, las hermosas piezas de color amarillo de Niñodaguia (Ourense), entre las que destacan los calentadores de cama, y por supuesto las características queimadas y botijos de rosca de Buño (Malpica)... Son solo algunas de las piezas que se muestran en este museo que está vivo y que crece.

"Cada año los artesanos que vienen de toda España a Alfaroleiros tienen que dejarnos una pieza, a cambio no se les cobra nada. Y hacen una pieza singular para nosotros, y muchos las hacen como antiguamente, en horno de leña. Aquí se ve una pieza antigua de Villafranca de los Caballeros, de la colección de Kaydeda, y al lado tenemos una pieza que hace ahora su hijo, que continúa el oficio, y que es igual pero con otro tono. Aquí tenemos piezas de Niñodaguia hechas por estos dos artesanos que están en la foto y que ya murieron pero su sobrino continúa y viene a Alfaroleiros", cuenta Ana Pallares, técnico de Cultura y que era concejal de esta área cuando abrió el museo.

Turistas, excursiones y escolares de distintos concellos visitan este museo. También personajes importantes, como el actor Fernando Fernán Gómez. "Ya estaba mayor, venía en silla de ruedas, pero le gustó mucho y fue encantador", apunta Alfonso, que también recuerda con mucho cariño al artista Kaydeda, fallecido en 2007: "Era un hombre muy elegante, vestía sombrero y capa y llamaba la atención. Era un artista y un intelectual, y al mismo tiempo una persona muy sencilla y humilde, una gran persona".