Miño, un sueño por construir. El lema que acompaña el blasón de este municipio costero de menos de seis mil habitantes suena ahora a chiste de mal gusto. Y es que la construcción ha sido precisamente el talón de Aquiles de este pueblo marinero que, por una insólita carambola electoral, prueba el trago más amargo de la crisis del ladrillo con un gobierno reducido a la más mínima expresión: un alcalde enfrentado al resto de la Corporación.

La ciclogénesis política y económica a la que se enfrenta Miño desafía las leyes de la lógica. Y ha llevado vecinos a preguntarse con incredulidad qué posibilidades hay de que un ayuntamiento de escasa población salte a la prensa nacional por dos acontecimientos anómalos sin aparente conexión entre sí.

Un paseo por el intrincado laberinto que ha desembocado en el callejón actual explica en parte los motivos que han propiciado la tormenta perfecta que sacude ahora los cimientos del Consistorio.

►La resaca del ladrillo. Para entender cómo llegó el Concello a la encrucijada actual hay que retroceder hasta 2001. En plena fiebre del ladrillo, el Concello quiso consolidarse como destino de sol y playa y expropió un millón y medio de metros cuadrados (160 campos de fútbol) para que Fadesa construyese una macrourbanización de 1.500 viviendas, un hotel, campo de golf y geriátrico. Los expropiados recurrieron a los tribunales, que tras años de litigio, multiplicó por cuatro el precio de las expropiaciones (de 6 a 25 euros). La constructora, Martinsa Fadesa, dejó a medias la urbanización y, años después y tras una lenta agonía, entró en liquidación. El Concello, que evitó reclamar avales a la inmobiliaria, fue condenado como responsable subsidiario a abonar más de 21 millones a los expropiados (cuatro veces su presupuesto).

►La victoria del tercero en discordia. La gestión urbanística del Concello provocó durante los últimos años el desgaste del PP, partido que ha gobernado Miño durante los últimos cuarenta años. En las últimas elecciones, los vecinos dieron la espalda a los populares y auparon por primera vez al PSOE como lista más votada. Aunque los socialistas ganaron en votos, quedaron empatados en ediles: 6 y 6. El escaño del desempate fue a parar a Compromiso por Galicia, liderado por un exconcejal del PSOE, Ricardo Sánchez, que unos meses antes de la cita con las urnas había abandonado la formación para encabezar "la única alternativa de izquierdas".

Todo hacía presagiar que los socialistas se harían con el bastón de mando tras años de gobierno popular, pero el tercero en discordia no estaba dispuesto a auparles al sillón a cambio de nada. La noche electoral, Ricardo Sánchez dejó claro que haría valerlos 234 votos que le convirtieron en llave de gobierno al posar ante un cartel del PSOE con el dedo en alto.

Los políticos esperaron hasta el pleno de investidura para desvelar su voto. Y el resultado dejó al público de piedra. Las seis manos de los concejales del PP auparon al sillón al líder de CxG para evitar un gobierno socialista. La maniobra desencadenó momentos de tensión y obligó al recién investido alcalde, que solo había logrado 234 votos (el 6% del electorado), a abandonar el Concello escoltado por la Guardia Civil. Durante las semanas siguientes se sucedieron las manifestaciones convocadas por el PSOE y secundadas por cientos de vecinos para exigir la dimisión del mandatario. Sin éxito.

Tras unas semanas de incertidumbre el alcalde y el PP anunciaron un acuerdo de gobierno que le valió al regidor su baja inmediata de CxG. El mandatario justificó su decisión en la necesidad de dar a Miño un gobierno estable y en la negativa del PSOE a alcanzar un acuerdo. El pacto con los populares apenas duró unos días, los que tardó Ricardo Sánchez en dar marcha atrás y exigir la cabeza del exregidor popular Jesús Veiga por su gestión como brazo derecha de los durante los últimos treinta años.

►Un pulso a tres bandas. Las dos crisis, la política y la urbanística, han confluido ahora en una tormenta de final incierto. Todas las posturas parecen enquistadas. Tras más de una década de pleitos, los expropiados no están dispuestos a dar otra prórroga y urgen a plasmar ya el plan de pagos de los 21 millones. El Concello solo ha acordado de momento pedir un crédito de seis al Estado y el alcalde estudia fórmulas para lograr el resto, admite que la deuda sitúa a Miño "al borde de la intervención".

El Ayuntamiento encara la crisis con el Ejecutivo reducido a la mínima expresión. Un simple catarro del alcalde dejaría al Consistorio sin gobierno en unos días clave. El regidor se niega a dar un paso atrás y se aferra al sillón sin sueldo, sin tenientes de alcalde y las competencias reducidas al máximo. La negociación para una moción de censura de PP y PSOE están enquistadas. Y aunque todos los políticos piden "altura de miras", alargan un pulso que mantiene a la población en vilo.