Ser hidalga, viuda o soltera o salir en las páginas de sucesos era casi el único modo de tener un nombre propio en la historia para las trabajadoras del Culleredo del siglo XVIII. Entre una inmensa mayoría de hombres, citados siempre como cabeza de familia y muchas veces como responsables de un negocio que sus mujeres trabajaban tanto o más que ellos, contadas profesionales artesanas comenzaron a hacerse un hueco en los registros documentales hace tres siglos.

La taberneras Antonia Lorenzo, viuda, y Bernarda Pérez, ambas de Almeiras, y Juana Gómez, de Sueiro; junto con la estanquillera Dominga do Seixo, de Orro, son las únicas trabajadoras cullerdenses que figuran en el Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado por la Corona de Castilla para recabar detalles de las parroquias con el fin de unificar impuestos. Las propietarias de bienes tenían mas papeletas. María de Freixomil, de Sueiro, copropietaria de una colmena; Doña María Benita Maldonado, de la familia hidalga de la fortaleza de Celas, dueña de tres molinos, y Jacinta Pose, propietaria de un molino en Veiga, también figuran.

"En Celas había dos tejedoras y sabemos que ganaban cinco reales al año cada una. Una estaba casada con un sastre, del que sí viene el nombre, pero el de ellas no", apunta el historiador municipal, Carlos Pereira, que ha rastreado en los libros a las primeras artesanas del concello para dedicarles sus Tertulias da Historia de esta semana y la próxima, dentro de los actos del Concello por el Día de la Mujer.

Ya en la primera mitad del siglo XIX, los diccionarios de la época comienzan a detallar qué tipos de industria había en el municipio en la que podrían trabajar mujeres. Los molinos, una fábrica textil en A Coruña o las panaderías de Rutis centraban la actividad con presencia femenina, explica el historiador, junto con la venta en las ferias, entre las que destacaba la de Celas. En la segunda mitad del siglo se citan varios oficios con presencia femenina: costureras, carniceras, lavanderas, cigarreras o criadas.

En el cambio del XIX al XX, el Anuario del Comercio, la Industria, la Magistratura y la Administración revela que la feria quincenal de Celas de Peiro mantenía una importante actividad, con la venta de ganado, paños o fruta; cita una fábrica de cera y otra de jabón, ambas en Culleredo; y una fábrica de hielo en O Burgo, en las que habrían trabajado mujeres, defiende el historiador, aunque, de nuevo, no hay nombres. "La única citada en medio de los hombres a finales del siglo XIX es la titular de un negocio: Comestibles Ultramarinos Manuela Viñas", señala Pereira. Gregoria Barbeito figura junto a Jerónimo Salgado como dueños de un negocio de licores. Josefa José y Paz Bernardo aparecen como dueñas de molinos.

A principios del siglo XX, Manuela Veira figura por tener un negocio, igual que María Fariña, que se dedicaba a la mercería y las pasamanerías. Pereira afirma que la fábrica textil La Primera Coruñesa, la de calzados de Ángel Senra, la de cerillas de Zaragüeta o las conserveras de Sada debieron contar con numerosas trabajadoras cullerdenses, igual que más adelante en la fábrica de tabacos, donde algunas trabajaron casi toda su vida, como Benita Mosquera Lodeiro, que trabajó durante 69 años desde 1870.

Las hojas parroquiales, por las defunciones, o las páginas de sucesos son la única vía en muchos casos para saber hoy de aquellas trabajadoras. La lechera de Almeiras Francisca Lantes, por ejemplo, salió en 1929 en prensa porque sufrió un accidente en la calle Emilia Pardo Bazán cuando su caballo se asustó con unos niños; ella se cayó y se vertió un poco de la leche que llevaba. Los robos de ropa de lavanderas, que también abundaban, permitieron a sus protagonistas salir del anonimato de la historia.