Hace algo más de un año que el ahora alcalde de Miño, Ricardo Sánchez, abandonaba el PSOE con una profecía que, hoy, chirría. "Me voy del PSOE porque tengo dudas de que no vaya a pactar con el PP", argumentaba en noviembre de 2014. Meses después, este desencantado del partido del puño y la rosa daba la cara en los carteles de Compromiso por Miño, "la única alternativa real de izquierdas".

CxG irrumpió en campaña con una prioridad, desalojar del Concello al PP, al que acusaba de llevar al pueblo a la "bancarrota": "El PP gobierna desde el inicio de la democracia. Miño vive en una especia de predemocracia, con prácticas caciquiles propias del siglo XIX. Queremos romper con esta historia, traer aire fresco al municipio".

Sus dardos apuntaban a Jesusón, como se refería despectivamente al candidato popular Jesús Veiga, su actual mano derecha, blanco entonces de sus mofas. El eterno secundario de la política miñesa se convirtió por arte y gracia del Photoshop en un personaje de tebeo, encarnación del desenfreno urbanístico que ha puesto a Miño contra las cuerdas. No fue el único blanco de sus puyas. "La segunda del PP es hija del exalcalde Romeu, todas esas familias que nos han llevado a esta situación".

Las promesas de cambio de CxG solo calaron en el 6% de la población. Una dulce derrota que Ricardo Sánchez supo rentabilizar. Logró 234 votos, los justos para convertirse en llave del gobierno y poner en un aprieto al PSOE, empatado en ediles con el PP y que, por primera vez en democracia, lograba erigirse en la lista más votada, a solo 66 papeletas de la mayoría absoluta. La noche electoral, el ahora regidor posaba sonriente ante un cartel del PSOE. En cuclillas y con un dedo alzado. La foto del desafío.

El día de investidura, y tras negociaciones fallidas con el PSOE, que se negó a integrar en el gobierno a su excompañero de filas, el PP aupaba al sillón de Alcaldía al cabeza de lista de la formación menos votada. Arrancó así un período de incertidumbre política. De vaivenes y volantazos. El insólito escenario cobró tintes de sainete, un guiñol esperpéntico que desentonaba con la gravedad del momento, más propio de un réquiem. Miño, con solo 5,3 millones de presupuesto, afrontaba el peor trago de su historia reciente: el pago de 21 millones de euros a los expropiados de Fadesa. Los políticos apelaban a la necesidad de consensos, de altura de miras, para evitar la intervención o la quiebra del Concello. Lo alarmante de sus vaticinios contrastaba con el insólito cuadro político, con momentos de vodevil.

Ricardo Sánchez aseguró en un primer momento ser "víctima de una trampa" y negó una alianza con el PP. Se sucedieron protestas convocadas por el PSOE para exigir la dimisión del alcalde solitario. Las pancartas no hicieron mella en el exsocialista, que se mostraba dispuesto a gobernar "solo con los funcionarios". La crispación alcanzó su culmen la interposición de una querella por supuestas amenazas del regidor a sus antiguos compañeros de filas. El conflicto se enconaba día a día, hasta que el 17 de junio el regidor aceptó pactar con el PP. La alianza, que el propio Ricardo Sánchez calificó de "antinatura", llevó a CxG a retirarle las siglas. Días después, el alcalde rompía el acuerdo, acusaba a los populares de pretender copar las áreas de responsabilidad y supeditaba la alianza a la salida de Jesús Veiga, al que consideraba "amortizado".

El cerco de Fadesa se estrechaba, el juzgado urgía a pagar ya la deuda principal a los expropiados (12,5 millones) y las soluciones se demoraban en un clima cada vez más crispado. Ricardo Sánchez se aferró al sillón, impasible al aluvión de críticas del PSOE y de sus ahora socios, que llegaron a cuestionar su decencia, su dignidad y la legalidad de sus actuaciones.

Meses de incertidumbre, de juegos a dos bandas por parte del PP, culminaron el 15 de diciembre con un órdago del regidor, que anunció que dimitiría en un mes y dejaría gobernar a la lista más votada. El 20 de enero, el PP rompía el preacuerdo de moción de censura con el PSOE y firmaba ante notario un pacto con el alcalde, que delegó de los populares el grueso de las áreas. Sánchez se conformó con Participación y Transparencia y nombró mano derecha a Jesús Veiga. Pasó de pedir su cabeza a darle una dedicación exclusiva. De considerarlo un político amortizado a un activo.

El acuerdo no ha traído la armonía a Miño. El Ejecutivo camina a trompicones por el intrincado laberinto de Fadesa. Sus volantazos y cambios de criterio han puesto en pie de guerra a los expropiados y mantienen en vilo a un pueblo sobre el que planea la amenaza del rescate. Y el sainete prosigue. El último episodio, la apertura de diligencias contra Jesús Veiga por una denuncia de su socio, que el partido del alcalde se encargó de airear y que provocó estupor y sonrojo hasta en las filas populares.