Una casa amarilla con una paleta de pintor dibujada en la fachada. El estudio Rilo de Santa Cruz no tiene pérdida. Es un espacio lleno de luz, buen olor y buena música, un entorno en el que el arte se siente cómodo. Hay pocos universos más expresivos que el lugar de trabajo de un pintor. Aquí crea Ricardo Pérez Rilo, un ferrolano afincado desde hace treinta años en Oleiros, que un día lo dejó todo por dedicarse a su gran pasión desde niño. Este hombre inteligente, honesto y enamorado de Turner hizo un curso de figuración con el mito viviente de Antonio López.

-Participa en los Roteiros Literarios que organiza el Concello y el instituto Miraflores. Este año les explicó a los alumnos la pintura de Lloréns y autores de su época. Los niños aplaudían solo cuando proyectaba cuadros como el Cuadrado Negro, de Malevich, diciendo eso lo pinto yo.

-No hay formación artística en los planes de estudio. Cuando es niño los padres se llevan sus dibujos al trabajo y cuando crece le dicen que no pierda el tiempo, que tiene que estudiar, luego entran en la adolescencia y la pintura se va quedando atrás. La figuración, que refleja la realidad, se respeta, pero de la abstracción muchas veces dicen que es un garabato, aún hoy no se comprende, se cree que no conlleva esfuerzo.

-Usted es pintor abstracto.

-Sí, en mi última etapa sí. Pero combino. A mí me gusta el arte en general. Me gusta mucho el dibujo, el lápiz, y la acuarela. Cuando hago figuración me relajo pero cuando hago abstracción mis moléculas se baten, empiezo a sudar. Con el realismo hago algo que ya sé, con la abstracción llego al límite de mis posibilidades, es algo más vivo.

-Ha hecho de todo, desde grabado hasta ilustración y ha probado diversas técnicas desde que empezó a pintar de niño.

-Era un niño que siempre estaba dibujando. Aprendí con 14 años con el pintor ferrolano Juan Galdo, durante dos años y ahí empezó la semilla. Alguien te enseña la técnica y te atrapa, caes en manos de la pintura. Hice ilustración de libros y también estudié grabado con profesores como Omar Kessel o Julio León de la Fundación Miró.

-Pintaba desde los 14 años, tenía la inquietud, la formación, pero no se dedicó a la pintura.

-No. Estudié en Santiago una carrera, luego estuve treinta años trabajando, era jefe de una editorial inglesa en Galicia, y un día pensé que no quería morirme sin haberlo intentado. Y lo dejé. Me decían que estaba loco pero estoy contento de haberlo hecho. No gano dinero, pero gano en riqueza mental. Como decía Antonio López, la pintura es la vida.

-El gran Antonio López fue maestro suyo

-Me admitieron en un curso suyo de figuración y fue una gran experiencia. Con 80 años sigue al pie del cañón, regalando su experiencia. Él siempre está investigando. Ahora, a su edad, está estudiando la percepción curva. Sigue siendo honesto con la pintura y generoso porque pasa a otros su conocimiento. Después de aquel curso estuve un año sin pintar, pensando si centrarme en un estilo pero al final decidí que no, me interesan muchas cosas y solo quiero ser bueno.

-Combina su faceta de pintor, con unas sesenta exposiciones individuales y colectivas, con la de profesor.

-Sí, doy clases a niños, mayores. Viene mucha gente mayor que esperó a jubilarse para pintar, lo que siempre le gustó. Yo digo que tienen que buscar siempre un tiempo para pintar antes de jubilarse. Otros te dicen yo no valgo para eso... Todos tenemos esa semilla de la creación artística, llevamos el arte dentro, la diferencia entre un pintor y otro que no lo es es que uno pinta. Puede que no tengas la técnica pero eso se aprende. Si ves arte y te gusta, es porque tienes esos receptores artísticos.

-Dice que lleva tiempo sin exponer.

-Sí. La crisis se nota. Tienes cuadros por 300, hasta pequeñas obras desde 150 euros, y aún así es difícil de vender, y en las exposiciones también. Es natural, la gente ahorra en arte. En Francia ves un pueblo pequeñito, y tiene más galerías que restaurantes.