Cuando abrieron la panadería en 1948, Josefa y Rogelio no se podían imaginar que algún día su pequeña tahona de Carnoedo despacharía pan de plátano, de licor de hierbas, de grelos y hasta de remolacha. Este matrimonio sadense abrió el negocio en una época en que las familias besaban el pan al sentarse a la mesa y han sido sus nietos, que de críos seguían curiosos el proceso de elaboración artesanal, los que han dado ahora una vuelta a la empresa para reivindicar un alimento "que es mucho más que un acompañamiento". Mucho más que harina, sal y agua.

Tres generaciones se han criado al calor de los hornos de esta tahona de Carnoedo, el corazón de un negocio que se ha extendido a Sada y Fonteculler. Pablo, María y Carlos, nietos de los fundadores, ultiman ahora su último reto: abrirse paso en A Coruña. El desembarco está previsto para el próximo 6 de abril en pleno centro de la ciudad, en Juan Flórez, 62. Y toda la familia cruza los dedos. Son muchas horas de trabajo, de hacer números, relata María, licenciada en empresariales que compagina su labor de atención al público con la contabilidad.

Ellos no se han librado de la crisis, de una recesión que llevó a muchas familias a ajustarse el cinturón y a escatimar a la hora de comprar un alimento tan básico como el pan. Fueron años duros, relatan. Les tocó elegir entre bajar la calidad o intentar mantener un producto artesanal a unos precios que difícilmente podían competir con los de la panadería industrial.

Apostaron por la segunda opción, por mantener la esencia y aguantar el chaparrón. Y parece que el tiempo les ha dado la razón. La trayectoria de esta panadería fue puesta de ejemplo por la Cámara de Comercio en unas jornadas que giraban sobre cómo innovar sin renunciar a la tradición. En su caso, el secreto está en la masa. En el mimo con que la tercera generación de panaderos elabora su producto desde la tahona de Josefa y Rogelio. Basta hablar con Pablo mientras amasa el pan en el obrador de Carnoedo para que te contagie la pasión por un oficio al que regresó tras dedicarse durante años a la farmacia. Se mueve entre los hornos con un poso de boticario, con ese afán por experimentar, de dispensar pan como quien dispensa un medicamento. Y de escuchar con atención las necesidades de sus clientes. Desde su obrador, él y su hermana, organiza talleres en los que explica a niños y adultos la importancia de la materia prima Y también de la imaginación para crear nuevos sabores. Ha inventado ya más de cuarenta tipos de panes. Cuarenta pruebas de que, bromea, "la panadería no es sosa".