"Lo que llaman ladrillazo nos va a sacar de la crisis". El tiempo ha dejado más que entredicho la capacidad premonitoria del exalcalde de Miño Juan Maceiras. Seis años después de que el regidor popular afease a la oposición sus dudas sobre los beneficios de la efervescencia urbanística, este municipio costero tiene el dudoso honor de liderar el ranking gallego de deuda.

Las irregularidades en la tramitación de la macrourbanización de Fadesa, paradigma del estallido de la burbuja, obligarán ahora a los vecinos a asumir dolorosos sacrificios: subida de impuestos, recortes de ayudas y servicios... Pero Costa Miño Golf no ha sido el único bluf urbanístico del municipio. Moles de ladrillo a medio acabar, semiocultos por lonas o vallas afean el centro del municipio. Son las pequeñas fadesas de este concello de poco más de cinco mil habitantes, pinchazos eclipsados por la quiebra del gigante Martinsa, pero que también han dejado su reguero de damnificados, de sueños quebrados y de ahorros atrapados en interminables procesos concursales.

Destacan los tres esqueletos de Procorsa, embargados; las estructuras inacabadas de Bañobre anunciadas en su día como lujosos apartamentos con unas espectaculares vistas a la ría. O el Edificio Praia da Riveira, que ha sido saqueado por completo tras años cerrado a cal y canto. Son algunas de las promociones fallidas que destacan sobre las pequeñas viviendas unifamiliares o los bloques de dos, tres alturas previas a la fiebre del ladrillo. La Sareb mantiene varias a la venta, pero los compradores se hacen de rogar. Algunos esqueletos reviven con incursiones clandestinas. Como las que revelan el huerto, los sofás, juguetes y grafitis de Bañobre.