El pazo de Meirás abrió ayer nuevamente sus puertas tras el cierre temporal que decretó la Fundación Franco hace unas semanas alegando "motivos de seguridad". La pretensión de la entidad de utilizar la gestión de los itinerarios para ensalzar la "grandeza" del dictador y el aluvión de iniciativas políticas para exigir la devolución de Las Torres propició que esta sesión inaugural despertase una inusual expectación mediática. Hubo casi más medios que ciudadanos.

Quizás por el interés mediático, la visita dispuso dos guías. El habitual, que se encargó de dirigir la ruta televisada y que se presentó como un "trabajador" que pidió no ser fotografiado por respeto a su intimidad. Y otro, que asumió el papel de cicerone en el segundo itinerario tras intentar mantenerse en un discreto segundo plano ante los focos: el expresidente del Sporting Club Casino de A Coruña Carlos Fernández Barallobre.

Pese a que la Fundación Franco había anunciado que utilizaría la gestión de los itinerarios por este Bien de Interés Cultural para hacer una "defensa elogiosa" del dictador, no puede decirse que en el itinerario de ayer se hiciese apología del fascismo. No hubo hurras por el sátrapa. Sí silencios y lagunas. Muchos ángulos muertos y zonas en sombra en una visita en la que, como siempre, no se permitió fotografiar el interior del pazo, solo se pudo acceder al jardín, dos salones, el hall, la capilla y en la que ni una sola vez se mencionó al dictador. Tan solo al Generalísimo, al Jefe del Estado o, simplemente, a Franco.

La historia de la propietaria original del pazo, Emilia Pardo Bazán, también se mostró a retazos. La condesa continúa reinando en el exterior, en las torres almenadas; en el Balcón de las Musas; en su lema favorito, Contra viento y madera, grabado en piedra en la fachada y en la capilla que estrenó la boda de su hija Blanca y que conserva el sarcófago en el que quería ser enterrada. Sus huellas se difuminan hasta casi perderse una vez traspasado el umbral de la que fue su residencia: Un busto, sus escudos en una vidriera o el rostro del Quijote cincelado en una chimenea son algunos de los escasos detalles que se muestran en el itinerario por el interior de Las Torres. Todos ellos eclipsados por los "añadidos de la etapa de Franco": Retratos y bustos del dictador y su mujer Carmen Polo, trofeos de caza que cubren varias de las paredes, un cuadro pintado por Franco y mobiliario de la era franquista y una pintura con alusiones al "tercer Año Triunfal".

La ausencia más clamorosa de la autora de Los pazos de Ulloa se percibe paradójicamente en el terreno literario. La única biblioteca visitable del pazo de Meirás es la "de Franco". Quedan algunos libros de doña Emilia, mezclados con tratados y novelas del dictador. ¿Y el resto? ¿Y su correspondencia?. La respuesta es vaga: una parte fue donada por Carmen Polo a la Real Academia Galega, otra ardió en el incendio de 1978. El guía no hace alusión a la información revelada hace años por el especialista en Benito Pérez Galdós y Príncipe de Asturias, Ricardo Gullón, que desveló que el capitán que acompañó a Carmen Polo en su primera visita al pazo le había relatado que esta dio orden de destruir el epistolario y los diarios de Pardo Bazán. Es uno de los tantos episodios que no se abordan en la visita. Ni para corroborarlo ni para desmentirlo.

El mismo agujero en la memoria que se traga los mecanismos que se emplearon para que Francisco Franco se hiciese con la propiedad. El guía ofrece más de un detalle la construcción de Las Torres por doña Emilia, pero ninguno sobre cómo pasó a manos del dictador. Nada sobre las cuestaciones forzosas, los recortes en nóminas de funcionarios o la emisión de bonos supuestamente de compra voluntaria. Los guías tampoco se explayan al ser consultados sobre las esculturas que flanquean los senderos del jardín. Fueron "regalos de ayuntamientos" o compras de Carmen Franco, replican.

La visita tampoco detalla los consejos y cónclaves que se celebraron en el pazo y a los que apela la declaración de Bien de Interés Cultural. Ni permite adentrarse en espacios reseñados en la resolución de la Xunta de 2008 por la que fue distinguido como BIC. Ni la Torre de la Quimera, ni el comedor, ni varias estancias del primer piso. Ardieron y "han perdido todo interés histórico", argumentan desde la organización. A la hora de denegar el acceso, los Franco apelan a su derecho a su intimidad o a ese incendio que destruyó una parte de la historia del país.