Todo comenzó con un lazo. Unos días después de acudir a la multitudinaria manifestación contra la violencia de género que se celebró en Madrid de 2015, Arantxa, que se define a sí misma como una "superviviente", colgó de una escultura de Miño un crespón en recuerdo de la última mujer asesinada. A ese lazo le siguieron otros y poco a poco la figura se fue cubriendo con los nombres de víctimas.

Lo que comenzó como un gesto espontáneo de rabia se ha convertido en una muda protesta colectiva contra la violencia machista. Cada vez son más las mujeres que se reúnen en la plaza del Parchís para participar en esta sencilla ceremonia contra el olvido. La estatua, que hasta ahora muchos miñenses vinculaban al despilfarro del Ayuntamiento en plena fiebre del ladrillo, ha cobrado significado: el de "una mujer que rompe las cadenas", resume Arantxa.

Ella sabe lo que es romper con todo y empezar de cero. Llegó a Miño hace unos años "huyendo" y aunque tuvo pasar por todo calvario, se considera una afortunada. "Yo tengo la suerte de seguir viva y de que el sistema funcionase en mi caso", reflexiona.

Hace 12 años dijo basta y denunció a su expareja. "La policía lo detuvo ya ese mismo día y no lo volví a ver más", relata. Fue condenado a seis años de cárcel y tiene prohibido mantener ningún tipo de contacto con sus hijos, que tenían solo 2 y 4 años cuando Arantxa reunió fuerzas para romper las cadenas. Aún recuerda ese 12 de mayo de 2005. "Me dejó inconsciente dos veces. Fue la primera vez que tuve miedo por mis hijos. Ese día denuncié. Tengo grabadas sus palabras cuando salió de casa: 'Si me denuncias, te mato".

Recuerda con vértigo el momento de dar el paso de acudir a la justicia . "Tú denuncias y es como si estallase una bomba a tu lado. Te quedas muy aturdida, te ves con dos niños, sin ingresos...", explica. Arantxa no solo tuvo que lidiar con el miedo, la soledad y la falta de apoyos, también con el acoso del entorno de su expareja. "Me quedé con una mano delante y otra detrás, trabajaba en una tienda de conocidos suyos y me echaron al instante. Sus amigos me perseguían, rondaban por cerca de mi casa... Tuve la suerte de que me concediesen el salario de la libertad, como denominaban entonces a las ayudas para víctimas de violencia de género. Vi el cielo abierto, tenía un año para rehacer mi vida, cogí lo justo, arranqué a la otra punta de Galicia y empezamos a vivir", recuerda sonriente.

Esta luchadora ha comenzado una nueva vida en Miño. Tiene pareja y se ha volcado en educar a su hijo y a su hija en igualdad. "Me esfuerzo al máximo en educarlos como personas respetuosas e independientes. El amor romántico que nos inculcan es terrible, yo les doy mucho la matraca con eso, nada de medias naranjas, todos somos frutas enteras", recalca.

A pesar de que ha pasado por todo un calvario, se siente afortunada. "El sistema funcionó en mi caso, pero no en el de Jessy", reflexiona al tiempo que muestra un lazo con el nombre de esta alicantina de 28 años. "Ella hizo todo lo que dicen las campañas institucionales, denunció y avisó de que su expareja incumplía la orden de alejamiento. Y mira, aquí está", lamenta.

Asegura que ella tuvo suerte de liberarse de su maltratador nada más poner la denuncia, de no tener que cruzarse con él ni en el juzgado y agradece especialmente que la Justicia prohibiese a su expareja tener contacto con sus hijos. "Eso es lo que debería pasar siempre, un maltratador nunca va a ser un buen padre, ¿qué valores está inculcando a sus hijos?", se pregunta.

Ese primer crespón por las víctimas que colgó hace dos años en la plaza de Miño ha propiciado la creación de un grupo de mujeres unidas contra la violencia de género. Han organizado varios encuentros para concienciar contra el maltrato y tienen previsto celebrar un acto el próximo domingo 26 de noviembre frente a esa escultura que recuerda todos los días a las víctimas. Muchas de las integrantes del grupo saben lo difícil que es romper en círculo de la violencia. "Yo tardé muchísimo en darme cuenta de que nada de lo que había pasado fue culpa mía. Su control llega a ser tan fuerte que te anula totalmente como persona", asegura Arantxa. Ahora ha dado el paso de contar su historia y posar junto al monumento al que ha logrado dotar de sentido para mostrar que es posible romper cadenas.