"Es más que centenario porque yo ya soy muy mayor y lo plantaron mis bisabuelos. Toda la calle Cividanes era una avenida con castaños cuando yo era niña. Solíamos ir a coger los erizos, los pisábamos con los pies para quitarles las castañas, y los erizos se secaban y se usaban para las leiras. Es el último que queda de aquellos, el único que se salvó. También hubo hace años un nogal precioso aquí delante. A mí me encanta este árbol, soy muy amante de ellos, aunque sé que hay vecinos que no les gusta mucho porque tienen miedo de que les caiga encima. Yo le tengo algo de miedo a una de las ramas, pero nada más", explica la inquilina del número 16 de la rúa Cividanes. Ella prefiere no dar su nombre pero tiene como segundo apellido Cividanes, el que da nombre a toda la vía, y con una importante historia en Mera.

Este extraordinario castiñeiro tiene el tronco inclinado para apoyarse en el muro que separa esta casa de la siguiente, el número 18, que es al que realmente pertenece este ejemplar. "Está dentro de la finca de al lado en realidad, que era de mi tía, que murió con ciento y pico años. La familia está en América, no vive nadie en la casa", añade esta vecina del número 16. Es un árbol lleno de nudos que atestiguan su antigüedad y en el que se ven las señales de haberle cortado ramas importantes para evitar posibles caídas hacia las casas.

El alcalde se refirió recientemente a este extraordinario ejemplar, el único valioso que existe en toda esta calle y que permanece como testimonio de la Mera de hace cien años, al señalar que cuando se construyeron las aceras en esta vía él insistió en que no fuese talado para preservarlo. Solo lo afea el cartel de direcciones que aprovecharon para clavar delante.

La familia Cividanes de Mera tiene su origen en los Cividanes España, familia al parecer de origen portugués, que en Mera compró unos viejos tejares para construir una fábrica de ladrillo y tejas. Se asoció con Luis Iglesias Labarta y después emigró, dejando la propiedad en manos de los Labarta (nombre este último que lleva ahora la escuela infantil). También compraron otras propiedades, como la actual finca de O Arxentino (el nombre es debido a uno de los que la adquirió años después, emigrante), hoy restaurante propiedad del Ayuntamiento.

Los árboles han pasado de ser sagrados, hasta más o menos el siglo XVIII, a un elemento que estorba, que se tala por miedo a que caigan encima de las viviendas o porque están en medio del trazado de una carretera. Hasta no hace tanto en toda la geografía española existían los denominados árboles de concejo (aún subsisten algunos), como lo era el roble de Guernika que acogía las juntas de comarca. El escritor Julio Caro Baroja escribió que "solo legislando so el árbol se hace ley". Porque bajo ejemplares notables, sobre todo robles y tejos, se ejercía la democracia.

A su sombra los vecinos se reunían en asamblea y tomaban decisiones, se impartía justicia. Allí se realizaban los concejos abiertos, juntas que hacían de tribunal, policía y administración y resolvían de forma pacífica. Manuel Murguía escribió sobre la junta de Taboadelo, que se reunía el primer día de enero debajo de un carballo en el atrio de la iglesia, antes de entrar a misa. Estos árboles son un patrimonio valiosísimo, como destaca el experto Ignacio Abella en Árboles de Junta y Concejo. Antes los considerábamos sagrados, los reconocíamos como jueces de paz, y hoy los vemos como mobiliario urbano o como estorbo, se les tiene miedo.