Ahí están, en el Muro coruñés, los 22 barcos que dan fe de la disconformidad del subsector de la pesca de bajura con las normas establecidas por quienes en la UE, España y Galicia, deciden cómo ha de ser la pesca sin tener en cuenta que esta tiene, en la bajura, uno de sus principales factores de empleo y suministro de pescado a los distintos mercados.

Desde la Estaca a Vigo, la mar está propiciando que se aproximen al triste puerto coruñés decenas de barcos de pesca que prefieren el amarre voluntario al impuesto por quienes, teóricamente, debieran velar por los intereses comunitarios en los distintos peldaños de la Administración global.

Bruselas, Madrid y Compostela están empecinados en que a bordo de un barco de diez o doce metros, además de 7 u 8 tripulantes se instale un sistema informático que, siendo costoso, resulta incómodo para quienes tienen que cumplimentar unos datos que muy bien podrían facilitar, como hasta ahora, por otros medios y que permiten el mismo control de la pesca que internet.

Nuestros pescadores de bajura saben empatar anzuelos, largar palangres, nasas, redes, rascos, volantas; pero sus dedos -con más callos que los que pueda tener el culo de un funcionario de muchos asientos y salario ahora congelado o reducido- no están hechos para teclear con mal tiempo ante la pantalla de un ordenador inquieto. Ni pueden, ni saben, porque nadie les formó para ello. Y, por si fuera poco, han de estar atentos a la maniobra, al estado del tiempo, a las embarcaciones que los vigilan como si fueran delincuentes en potencia, a la distribución de las capturas...

No son superhombres capaces de hacer cincuenta cosas a la vez y cuidar de sus vidas y sus intereses. Navegar, largar, izar, volver a largar y a izar, parar, rodear, largar e izar una vez más en una mar no siempre apta para ello, no es lo mismo que desarrollar una jornada de trabajo en un despacho y, muchas veces con conductor en nómina oficial, desplazarse a tal o cual lugar para, curiosamente, decidir qué es lo que hay que hacer en la mar para pescar y aplicar a la pesca la etiqueta de trazabilidad, la de Galicia Calidade y la de la madre que parió al rapante, que son todas ellas pura filfa porque, al final, el comprador sólo pregunta de dónde viene ese pescado y nadie le dice que del aeropuerto de Vitoria desde el que se desplaza a las lonjas gallegas por carretera en un viaje de, como mínimo, ocho horas. Pescado que procede de cualquier lugar menos de Galicia, pero que se vende con el marchamo de Galicia Calidade.

¿De qué?... ¿Calidade, calidade?... Fresco, fresco, de hace quince días, que fue cuando se pescó en, por poner un ejemplo, Gran Sol, y que uno, como consumidor, compra fortalecido en su creencia por una etiqueta que habla de calidad gallega y que, sin embargo, miente a espuertas.

Para esto no es necesario que el acta de inspección número "X" refleje que, en la posición geográfica "Tal", el inspector "Cual", ha revisado todo lo que tuvo vida en la mar y que, vestido de etiqueta se hace llamar merluza, patarroxa, jurel, rape, gallo, faneca, etc., trabajo en el que ha invertido en un pequeño puerto gallego dos horas y cuarto. Ciento treinta y cinco minutos para no decir nada pero sí retrasar la marcha del barco y sus tripulantes. Una pérdida de tiempo que ni Bruselas, ni Madrid, ni Compostela compensan de ninguna manera.

El de A Coruña es un amarre que se veía venir y que algunos se han ganado a pulso. Ahora, a ver quién lo arregla y cómo se justifica el apaño.