Es así: aquello que tanto había costado lograr, se desmorona -o puede desmoronarse- por la acción de tu vecino o socio. El caladero de Gran Sol puede convertirse en poco tiempo en una nueva versión del box irlandés porque, para la Comisión Europea, es muy probable que sea más importante el deseo de Gran Bretaña de crear en aquellas aguas reservas marinas -en las que probablemente solo puedan pescar sus barcos- que mantener lo que prevé el Tratado de Adhesión, en el sentido de permitir que los pesqueros de los países miembros con derechos históricos sigan faenando allí donde lo han hecho toda la vida. Antes, incluso, que los mismísimos barcos de pesca británicos.

Es un hecho que los ingleses comen poco o casi ningún pescado. Para ellos la merluza, el rape, el jurel, la caballa, el granadero, etc., son minucias de las que se alimentan "los del sur". Pero saben muy bien el valor que esas especies tienen, precisamente, para "los del sur". Y muy resabiados ellos, pretenden que el Parlamento Europeo y la CE den sus bendiciones a un proyecto para la declaración de reservas marinas -que pagaríamos, obviamente, entre todos los estados miembros de la UE- allí donde arrastreros y palangreros gallegos -entre otros pocos- faenan cotidianamente.

Es probable que en las tales reservas marinas pesquen exclusivamente los ingleses y los irlandeses, países que no entienden de metros y centímetros pero sí de libras y millas. No quieren conducir por la derecha y pretenden que todos vayamos derechitos a la ruina para, de este modo, convertirse en los grandes suministradores de pescado a los mercados "del sur", ansiosos como están estos de ofrecer sus mercancías a aquellos que no toman el té de las five o clock, pero sí un vinilo a las seven.

No es el afán conservacionista, no, el que les guía. Es, exclusivamente, el apetito que se les ha abierto ante la posibilidad de convertirse en los únicos suministradores de productos de la pesca a los europeos españoles y portugueses que tanto placer sienten ante una mesa repleta de pescados y mariscos capturados en aguas por ellos -los ingleses y los irlandeses- controladas en base al subterfugio de unas reservas marinas a las que la señora Damanaki dará, sin duda, su visto bueno, porque lo importante es paralizar la actividad depredadora de los pesqueros "del sur" ya sea mediante las tales reservas o bien por la vía del desguace de buques, cuestión esta en la que la Xunta de la señora Quintana les sigue el juego promoviendo el achatarramiento de barcos en cuya construcción se han invertido muchos millones de euros procedentes de las arcas públicas.

España y sus distintos gobiernos ha luchado lo indecible para conseguir que la UE otorgase a su flota nacional los mismos derechos que tenían los demás países integrados en dicha organización supraestatal. Cuando se logra que el box irlandés sea una caja mágica de la que salen peces múltiples por la acción de las redes de arrastre y los palangres, se inventan -como ahora- medidas de aplicación a la flota "del sur" que, habitualmente, son bien recibidas por otros fríos países de la zona templada de la UE. Así, los Países Amigos de la Pesca, microorganización generada en el seno del organismo comunitario en tiempos de Carmen Fraga como secretaria general de Pesca, se queda en una especie de farol en ese juego en el que un doble -Irlanda y Gran Bretaña- vale más que una escalera: España, Francia, Portugal, Italia y Grecia, países cuyos habitantes comen peces y utilizan aceite de oliva para freírlos o aliñarlos.

Nada es permanente, si exceptuamos el afán de países poco o nada comedores de pescados que quieren vender los que hay en aguas próximas a aquellos que, además, de pescado y marisco somos comedores de patacas.