La lucha contra el cambio climático tiene en la mar uno de sus principales focos. Máxime cuando las prospecciones petrolíferas amenazan como nunca hasta ahora esta región que para la inmensa mayoría de los ciudadanos de este mundo es única. De ahí que no sorprenda que 26 activistas hayan resistido 40 horas colgados en el puente de St. Johns, en el puerto de Portland, a una altura que impedía la salida del buque rompehielos Fennica. Otros lo hacían desde el agua, con la convicción de que si se pierde el Ártico, se pierde también la última esperanza de conservar la esencia misma de la biodiversidad. Activistas en kayaks y otras muchas personas desde la costa, mostraban su apoyo a la protesta y pedían al presidente estadounidense, Barack Obama, que retire los permisos concedidos para perforar en Alaska.

No ha lugar. Un juez dictaminó que los activistas debían retirarse o enfrentarse a multas de 10.000 dólares por cada hora que estuviesen en el puente.

Finalmente, y tras esas 40 horas agotadoras de protesta, fueron la policía y la guardia costera las que abrieron el paso al rompehielos Fennica. El destructivo camino hacia el Ártico fue abierto para que los recursos de la petrolera Shell encuentren en el Ártico de hoy lo que los ciudadanos del mundo de mañana ya no podrán tener: un territorio que proteger contra la insensata carrera de unos pocos en la búsqueda de petróleo a toda costa.

Menos emisiones de gases de efecto invernadero, decía recientemente Obama. Pero las máquinas que perforan la tierra prosiguen su avance en un descarado desafío a una sociedad que quiere seguir disponiendo de ese legado que nos dejaron quienes nos precedieron.

Vale la pena seguir luchando por el Ártico. La lucha por conservar lo que hemos heredado no es, necesariamente, mala. Máxime cuando la conciencia habla a las claras de que con ellos se contribuye en la medida de lo posible en este momento, a retrasar un cambio climático cuyos efectos se hacen sentir en el mar y sus habitantes. Unos habitantes de los que miles de familias de seres humanos viven y quieren seguir viviendo. Porque si no hay marineros, no hay barcos, y sin barcos, no hay puertos. Sin puertos, la vida se extingue en la mar. Y no es nada nuevo. Incluso en la compañía Shell lo saben.