Tal y como lo lee usted: cañones de aire que disparan al fondo marino y no en salvas, sino para comprobar si este esconde petróleo. Nada más y nada menos.

Son armas letales contra nuestro mundo; pero especialmente contra la fauna y flora de las aguas árticas de Groenlandia por las que navega el Arctic Sunrise, buque insignia de Greenpeace, que se convirtió en testigo de primera mano de los sondeos acústicos submarinos de la firma noruega TGS Nopec en busca del oro negro que enriquece las arcas de petroleras como BP, Chevron, Statoil o Shell, que lograron licencias de exploración y perforación en aguas con un ecosistema único y amenazado por el cambio climático y las petroleras.

Según Greepeace, se acercó lo suficiente al barco que dispara esos cañones de aire y sumergió sus cámaras y micrófonos para escuchar las explosiones de las cargas cada 10 segundos bajo las aguas del Ártico, 24 horas al día, siete días a la semana hasta que cubran a finales de octubre los 7.000 kilómetros de transectos (área de muestreo lineal o alargada que sirve para estudiar una característica particular del suelo) del sondeo. La intensidad de las explosiones es tal, dicen, que los activistas que tomaban las imágenes los sintieron en su cuerpo pese a estar en una lancha sobre la superficie del mar.

El arriba firmante no es biólogo marino ni nada que se parezca, pero se imagina las consecuencias de estos disparos sónicos para especies como las ballenas o los narvales que dependen de su oído para orientarse y comunicarse. Son cañonazos de 259 ensordecedores decibelios, explosiones que pueden causar a esos animales marinos pérdida de oído, alteración de sus rutas migratorias, estrés y mayor riesgo de quedar atrapados en el hielo. Hielo, por cierto, cada vez más escaso por el cambio climático en gran medida ocasionado por los efectos de los gases derivados de los combustibles que los humanos usamos y entre los cuales el petróleo y sus derivados son mayoritarios.

En aguas groenlandesas se intenta extraer las últimas reservas de petróleo que quedan en su subsuelo y que deberían seguir bajo tierra para no agravar más el calentamiento del planeta.

Como dicen en Greepeace, "la vida marfina del Ártico, con especies amenazadas, no se lo puede permitir". Ni la Humanidad puede consentirlo, añado.