Ahí están, a la espera de que la Secretaría General de Pesca les confirme que sí, que van a proceder a un reparto de cuotas de pesca más justo. Pero mucho me temo que, en el caso de que la respuesta sea afirmativa, no será la que quiere la flota cerquera cuyos armadores y tripulantes cumplen ya dos semanas de acampada en los jardines compostelanos de San Caetano, frente al castillo de naipes que todos hemos contribuido a levantar para defender nuestra autonomía.

Una defensa que, ahora, se limita a levantar muros de papeles y cajas de cartón, carpetas, para defender no lo que los ciudadanos quieren, sino lo que ellos consideran que estos deben querer.

Por lo tanto, mucho me temo que un SÍ de la Administración pesquera, no signifique -ni ahora ni nunca- coger el rábano por las hojas y proceder a dialogar en torno a lo que sería un reparto lineal de la cuota correspondiente por barco y tripulantes de éste.

Tal cual.

Marinero sin cuota lineal: "Nunca he vivido noches tan tristes en la mar como las que hemos pasado hasta ahora desde hace dos años".

Tristeza compartida con los demás tripulantes. No ven futuro. Ni para ellos ni para sus familias. Por esto, precisamente, las noches son tristes a bordo. Y lo son, aunque no lo parezca a veces, en el campamento de San Caetano, donde una mano de tute cabrón intenta paliar la cabronada de la casi intemperie con la que reclaman un reparto justo. Y no hay justicia. Hay, simplemente, acatamiento a lo firmado por aquellos que, con callos o sin ellos en las manos, firmaron en nombre de los que, a pesar de los guantes, tienen cuarteada la piel de las manos, como la del rostro, por los rociones, los vientos y la lluvia en el día-noche de cada jornada.

Tristes las noches porque nadie sabe cuándo se va a poder pescar en este país que prima el desguace -ahora también y rápido, rápido, para los de la merluza norte y merluza sur, entre otros- para que los mercados europeos absorban lo que pescan barcos de terceros países, y que subvenciona sustanciosamente la acuicultura a costa de la pérdida de unidades pesqueras y, con estas, de numerosos puestos de trabajo en la mar y en tierra que siempre han tenido que ver con lo que se pesca y no con lo que se cultiva. No me extraña que las noches, aunque sean de luna y esta riele, como en el poema, sean tristes para aquellos que ya no ven plata en el reflejo sino plomo derretido que se expande para arrastrar al fondo las ilusiones de aquellos que consideran que todavía se puede seguir pescando para vivir. No caen en la cuenta de que los que viven de lo que se pesca son los que deciden quién, cómo y cuándo se ha de pescar.

Con la diferencia de que aquellos que deciden, efectivamente, no se mojan el culo en la mar.