Como gualdrapazos. Así sonaban los plásticos que guarecen de la lluvia y el viento a los armadores/patrones y marineros del cerco que buscan cobijo a sus preocupaciones -que son muchas, demasiadas- a menos de doscientos metros del edificio que el pueblo gallego cedió intemporalmente a un Gobierno autonómico, la Xunta, en el que todos habían puesto sus ilusiones. En el interior de las paredes de ese edificio, que el pasado jueves por la tarde me parecieron lóbregas, tienen mejor cobijo quienes deciden el futuro de esta autonomía llamada Galicia. En el exterior, en los jardines de San Caetano, de responsabilidad municipal, los profesionales de la pesca que tuvieron la ocurrencia de pensar que, juntos, lograrían más posibilidades de pesca, mastican las amarguras de sentirse burlados.

"Nos acosan, pero no van a derribar nuestra esencia de marineros. Estaremos aquí también en Navidad, en fin de año. Estaremos hasta que haga falta, hasta que ellos se cansen; porque a nosotros no nos cansa ningún político. Pedimos un reparto justo de las cuotas y que "ellos" reconozcan que se equivocaron en su momento. Rectificar no les va a costar nada. No hacerlo significa para nosotros perder la hacienda, la familia. Por esto no podemos ceder. Seguimos".

Hacía frío. Tal vez se debiese a la sensación de la inexistencia de algo cálido más allá de la comida que preparan veteranos marineros que un día se hicieron armadores, engañados por la invitación a ser lo que ahora se denomina emprendedores. De esa mala experiencia basada en la falta de cuotas, un joven patrón y armador de la provincia de A Coruña ha venido acumulando lágrimas que, como si fuese lluvia amarga, desbordaba sus ojos cuando me contaba que tenía hijos a los que no puede dejar un futuro como regalo de vida; que tenía padres cuya hacienda había hipotecado, igual que la propia, para comprar un pequeño barco del que, consideró, podían vivir todos. Para él no hay plataformas antidesahucio porque aparentemente es patronal cuando lo suyo, de verdad, es ser marinero, pescar y sacar "avante" a su familia. Sus manos están encallecidas. No así su alma.

Aseguro a usted, lector, que me rompió eso que todos decimos es el corazón. Ahí está, como el que más, apoyando y apoyándose en sus compañeros. A sabiendas de que está a punto de perderlo todo. No sabe a quien recurrir, porque el banco no tiene sentimientos: quiere cobrar lo que un día prestó. Ni el banco ni el patrón/armador calcularon los efectos de los recortes de TAC y cuotas y ahora dos casas -la propia y la de sus padres- están en almoneda. Como en almoneda está el propio barco. Pero ahí sigue, pasando el tiempo y acumulando miedos en los silencios largos del jardín de San Caetano.

Mientras, la Federación Galega de Confrarías de Pescadores, como una burla negra, pone en duda la validez de las votaciones realizadas el sábado 21 de noviembre para realizar una manifestación en favor del sector pesquero. Para Tomás Fajardo da Costa, presidente de la Federación, tiene más valor lo que dictaminan los servicios jurídicos de la entidad que las lágrimas de hombres a los que el viento y los rociones de mar han ido puliendo día a día hasta hacerlos rocosos por fuera y como de flan en los sentimientos.

Los he visto llorar, presidente de los pósitos gallegos, conselleira do Mar, presidente de la Xunta. Y ustedes no los ven porque no tienen su mismo orgullo, ese que beben cada vez que miran al cielo por creer que de este puede llegar una solución que ni la Secretaría General de Pesca ni la Consellería do Mar les ofrece.

Den un paso al frente, dialoguen y lloren con ellos si es preciso. Al fin y al cabo, la impotencia de los marineros del cerco tiene que ver con la indiferencia de ustedes.

Vamos, un paso al frente, carajo.