Primero, y por ignorancia, han ido contra una secular forma de pescar que, en Galicia, donde se practica, jamás significó un problema: Quisieron cargarse el xeito.

Posteriormente, centraron su atención en el sistema de la volanta.

En ambos casos, han rectificado. Pero ahora, descaradamente, tienen como objetivo el cerco. Y, con sus inhibiciones o sus deseos de no intervenir directamente, están consiguiendo que con el amarre de la flota, la venta de bastantes barcos o el achatarramiento de otros, además del aburrimiento o cansancio en la lucha de buen número de armadores cuyas cuotas no permiten vislumbrar un futuro para este subsector, van ganando parcelas. A la vez, arruinan familias y pueblos enteros cuya pervivencia tan sólo está garantizada por la posibilidad de pescar cuando el tiempo lo permite. Ahora, con las vedas y las prohibiciones de pesca por agotamiento de las cuotas asignadas, sientan las bases para un futuro en el que la pesca dejará de existir y quien quiera consumir pescado tendrá que recurrir en un futuro no lejano al procedente de la acuicultura.

Así, directos al caos. Uno no quisiera verlo. Pero ante lo que ocurre, solo queda una explicación: Madrid y Santiago apuestan absurdamente por una acuicultura que jamás podrá sustituir a la pesca. No caen en la cuenta del daño que se infiere a las poblaciones que viven de la mar y la necesidad que los consumidores tienen de mantener dietas en las que el pescado esté presente, especialmente el conocido como pescado azul y que es de los que, hasta el momento, la acuicultura no ha podido producir.

Pero lo último, en este momento, es el arrastre, un sistema de pesca similar a otros muchos existentes en un país en el que un millar de buques, con sus 7.500 tripulantes a bordo y un peso muy específico en el contexto del sector pesquero español, se encuentra también señalado como objetivo de extinción.

Todo sabemos que, llevados por los planteamientos ecologistas, los rectores de la cosa pesquera consideran que el arrastre es un sistema predador; pero son conscientes de que no superior a otras artes. Porque, si se utiliza adecuadamente, con respeto exquisito a la legislación que lo regula -y de qué modo- y que se basa en criterios científicos, el arrastre puede convivir con otros modos de pesca sin interferir en las campañas de los barcos de otras modalidades. Es tan evidente, que buen número de armadores se han convertido en propietarios de barcos portugueses que faenan (alrededor de unos 25 en este momento) en el caladero nacional Cantábrico Noroeste sin muchas de las cortapisas que afectan a los buques nacionales. Todo esto conlleva liquidaciones empresariales en la Administración portuguesa, pesca en aguas españolas, exentos de respetar los descansos de fin de semana y horarios de esclavitud en viejos candrays en los que, por cierto, cada vez más gallegos se juegan la vida como patrones o marineros especializados.

Es el paso previo a la entrega de la mar a las multinacionales y a la privatización de la misma en beneficio de la acuicultura. En esta parecen basarse quienes la plantean como la única alternativa a un sector, el de la pesca, que se asfixia en las deudas por la irresponsabilidad de los que gobiernan caladeros que no son gubernamentales sino de quienes los trabajan desde hace siglos. Porque lo que parece más extendido es el concepto de que "después de mí, el caos".