El ahora presidente en funciones del Gobierno español, Mariano Rajoy Brey, parece haber entrado sin remedio en lo que es para él un nuevo final de etapa y, esta vez, en pendiente sumamente pronunciada con tramos de montaña de hasta un 20%. Toca, por tanto, pedalear y hacerlo con sentidiño, aquel que recomendaba el expresidente de la Xunta, médico de profesión, Gerardo Fernández Albor.

Puede que, afectado por la pájara -él, que es un gran aficionado a la bicicleta- el señor Rajoy no haya caído en la cuenta de que buen número de votos para su partido se han perdido por las alcantarillas que vierten al mar cuanta inmundicia se genera en tierra. Entre esta, la propia de despachos en los que no se ha tenido en cuenta aquello que emana de quienes en la mar reciben esa mezcolanza de ideas, decretos, órdenes, decisiones-porque-sí-y-yo-lo-mando, derechos históricos sacados de la manga y, sobre todo, malos consejeros dispuestos siempre a hacer aquello que menos conviene a quienes tienen en sus cuadernas más raciones de mar que el Ministerio sellos de caucho y firmas electrónicas.

Mi amigo Ciprián era un veterano pescador (marinero de dorna, como él decía) que durante muchos años varó su Virgen del Carmen -pintaba en blanco y negro- en la desaparecida playa de Colomer, en Ribeira. De su dorna, cada tarde, cada anochecer, salían como por arte de magia besugos, fanecas -las que más, porque era un experto en piedras fanequeiras-, algún que otro pulpo de buen tamaño, xulias o doncellas (¿qué habrá sido de ellas?), unas nécoras y, sobre todo, ilusión: "Hay que traer lo necesario, pero nunca más de lo que el mar da", explicaba a la chavalería siempre dispuesta a echar una mano en la varada de la dorna sabedora de que no faltaría nunca la palabra exacta para agradecer la colaboración y, si acaso, un trozo de pan de higo en el que la galleta no siempre estaba compacta y seca.

"Traer lo necesario, pero nunca más de lo que el mar te da".

Rajoy no tuvo la suerte de conocer a Ciprián, porque de haberlo conocido, habría asumido que en la mar, la pesca y el marisqueo han de unirse en su justa medida cuando se trata de regularizar su abundancia. Y Rajoy -o los que con él han estado en esto de la pesca y el marisqueo- solo ha conocido la escasez y ha tenido que distribuir la miseria sin antes haber conocido las grandes cubertadas de sardina, de jurel, de xarda, de bocarte. Y, por si fuera poco, no supo rodearse del andamiaje necesario para sostener la escasez que la UE pretende año tras año adjudicar a quien más barcos y marineros tiene, en beneficio de abundancias extremas que se distribuyen "comunitariamente" por los países del Norte verdadero.

El no haber probado aquello que antes era abundante no le ha permitido al hoy presidente en funciones aplicar con justicia los repartos de rabos, cabezas y escamas, que es lo que nos llega de esa paquidérmica Unión Europea a la que a punto ha estado de tumbar una isla. Y así le ha lucido el pelo, porque la mar le ha dado votos, muchos votos que, en el pasado mes de diciembre, se fueron en aguas someras a otros caladeros. Y todo, por no haber sabido administrar adecuadamente la cuenta.

Mi amigo Ciprián ya no es de este mundo. Pero podría aconsejar al todavía presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, y hacerle comprender que el vivero de votos que tenía en la mar también se le va a cerrar por veda total ante la toxina foránea de intereses espurios que tratan de hacer amalgama en la acuicultura y el reparto injusto de cuotas de las especies más humildes, que son las que permiten al cerco seguir tirando del cabo.

Lo dicho: No ponga a prueba la resistencia del mar, presidente.