No, señora ministra. A la población española no hay que incentivarla para que consuma pescado: Hay que incentivar al sector pesquero español para que produzca adecuadamente, de forma que pescando lo necesario para vivir, los productores pesqueros puedan sostener los caladeros para que el mar y la pesca, además de ser una despensa, sean la reserva natural para una población que quiere comer y tener trabajo durante muchas generaciones más.

El consumidor conoce sobradamente los beneficios de la ingesta de alrededor de 40 kilos de pescado por persona y año. Sabe desde la "a" a la "z" lo que significa el Omega 3 del pescado azul, la calidad del pescado blanco, y distingue perfectamente un percebe de una almeja o un mejillón. No ponga a prueba al consumidor porque se va a llevar muchas sorpresas.

Incentive la pesca de bajura, la de altura y la de gran altura (al tiempo, mantenga a raya a los piratas que practican la pesca ilegal y a aquellos que juegan sus intereses "ecologistas" en favor de terceros), establezca paradas biológicas subvencionadas (con ello contribuirá a evitar el desguace de los mejores barcos) para recuperar especies de interés comercial para nuestros marineros y que son las que usted, presumiblemente, degustará en una mesa bien montada cuando se quiere homenajear con, por ejemplo, un rodaballo o una lubina salvaje (las de piscifactoría déjelas para un momento de apuro) que son las encargadas, entre otras especies, de provocar los jugos gástricos. Deje, de paso, el panga y otros pescados similares, que actúan como engañabobos del personal gracias a que España, como integrante de la Unión Europea, es un país abierto a todo cuanto malo se cría en los ríos asiáticos que no son, por cierto, un dechado de virtudes fitosanitarias.

Verá, señora ministra: La comercialización de la pesca es, como ha dicho su director general de Ordenación Pesquera, don Carlos Larrañaga, "una parte importante del sector pesquero". Pero, ¿de cuál, del español? Si ya casi no tenemos sector, lo están hundiendo ustedes con la colaboración de otros países miembros de la UE interesados en lograr que España pierda su hegemonía en el mundo de la pesca.

Es por ello que le digo, alto y claro, que el ciclo de conferencias sobre el consumo anunciado recientemente es una cana al aire, dado que lo que de verdad interesa es conocer por qué su Ministerio contribuye a hacer que la pesca destinada a consumo en el país que usted gobierna se acabe en el mes de mayo mientras en Holanda o las Feroe se muelen miles de toneladas de pequeños pelágicos para satisfacer las necesidades de las empresas multinacionales dedicadas a la acuicultura. El sector también quiere conocer por qué consienten que un kilo de merluza que se ha comercializado en lonja a menos de dos euros se vende al consumidor en el mercado de abastos a ocho o nueve euros el kilo; saber qué es, en realidad, la trazabilidad, por ejemplo en el panga, que se vende como producto fresco cuando en realidad llega aquí congelado y se descongela, fileteado, para que nuestros escolares, enfermos internados en hospitales públicos y/o privados o los residentes en centros de la tercera edad, lo consuman sin problema porque es fácil de digerir, blando y sin espinas. Enséñenles las agallas, carajo, y cuélguenle de la cola la etiqueta que lo identifica: Especie, zona de pesca, fecha en que fue pescado y por quién... En esto consiste la trazabilidad, ¿no?

Para que se comercialice bien, resulta imprescindible que se pesque.

Y aquí, en la mar, ya no se pesca ni una gripe. Los cambios en el estilo de vida y consumo no crea usted que afectan, como dicen, de manera tan importante. El consumidor se queja, y con razón, de que el pescado es caro si se compara con el precio de venta en lonja. Y que el pescado escasea. Y se lo digo yo, que voy por lo menos una vez a la semana al mercado de abastos para que mis amigos Sonia y Manolo, pescaderos, me informen del xureliño, de la choupa, del calamar, de la parrocha, del sargo, del pulpo -ay, qué poco nos queda, señora ministra-, de la navaja, la merluza, la lubina, el rodaballo, la meiga, el bonito... y comprar aquello que puedo.

Hágame caso: Hable de verdad y a calzón caído con el sector. Pero el de verdad. El que no tiene manos sino un amasijo de callos endurecidos y en los ojos más agua marina que lágrimas. Este no le bailará las aguas que le bailan los que están habituados a pisar moqueta y no la cubierta de un barco.

Inténtelo antes del 26 de junio.