Ryan era, en la película dirigida por Steven Spielberg, el objetivo. Un paracaidista estadounidense al que había que encontrar para salvarlo de una probable muerte en la II Guerra Mundial, en la que ya habían perecido otros miembros de su familia.

Ryan apareció.

Pero en la mar, en la que hay muchos soldados de ley, pocas veces -salvo en casos de accidente- la sociedad se preocupa por salvarlos.

El marinero no siempre se muere por cuestiones biológicas o por percances en la mar. También se muere por inacción: rebelde por naturaleza, comprueba cómo la mar se parcela, se contingenta, se ocupa, se vende. Y no hay patrulla que lo salve. Por ejemplo, en la ría de Arousa, víctima propiciatoria para todo tipo de ensayo acuícola más allá del marisqueo y las bateas mejilloneras, y con afanes piscícolas en los que el salmón -cual espada de Damocles- es estrella hasta que el pulpo se convierta en objetivo claro de un sistema de producción que, ni mucho menos, es el natural.

Apareció Ryan, pero su búsqueda es cine puro. Los soldados de la mar, aquellos que pescan o transportan por él millones de toneladas de mercancías, son meros actores de reparto a la búsqueda de un director que les diga que el mar tiene futuro. Especialmente para los pescadores, desnortados como están y sin saber a qué cabo agarrarse antes del abandono de buque que parece estar cada día más próximo gracias a leyes como la repudiada ley de pesca de 2013, la ley de primera venta, la ley de acuicultura de Galicia (paralizada su tramitación hasta después de las elecciones autonómicas y a la espera de saber qué partido va a gobernar aquí) y tantas y tantas otras que, para nada, han sido dictadas en favor de aquellos que precisan de la pesca no sólo para comer sino para dar de comer a millones de familias en España. Porque el pescado es necesario. Al menos tanto como la consabida chapa que todo soldado norteamericano luce en las películas para que pueda ser identificado.

Nuestros soldados de salitre confiaban hasta ahora en el papel de las cofradías de pescadores y sus federaciones. Conocen su secular historia y saben del potencial que han tenido y ya no tienen por lo que sea. Tienen la esperanza puesta en las elecciones que, este mismo año, deberán celebrarse para elegir una nueva junta que se ponga al frente de la federación nacional y que de ésta, salga un verdadero líder que dé vida nueva y regenere la totalidad del corpus para competir con las demás OPP establecidas y sentar de una vez por todas las bases de un sector pesquero de bajura potente y en condiciones adecuadas para, logrando la rentabillidad económica de la pesca, hacer que ésta sea sostenible y, por tanto, con futuro.

Hay que implicarse, porque de la pesca se vive. En España hay 225 cofradías que representan a 66.000 afiliados, 9.000 de ellos, propietarios de embarcaciones.

Un buen ejército para buscar a su soldado del mar.