Como el hombre no le pone apaño a la cuestión, ha sido necesario que la Iglesia recuerde -con motivo de la celebración el pasado domingo, 10 de julio, del Domingo del Mar- que los gobiernos y las autoridades marítimas competentes han de asegurar el acceso de los trabajadores del mar, con largas estancias a bordo de buques de distinto porte y condición, a las instalaciones y servicios en tierra que han sido creados para proteger su salud y su bienestar, como establece la Organización Internacional de Trabajo (OIT).

La Santa Sede enfoca el problema a los tripulantes de buques mercantes y de pasaje; pero al igual que los gobiernos y las autoridades marítimas a las que se dirige, olvida que hay un enorme colectivo de marineros que, sin pertenecer al sector del transporte, realiza igualmente una meritoria labor gracias a la cual, ganando ellos un salario no muy digno, si tenemos en cuenta sus horas de trabajo y la dureza de este, contribuyen decisivamente a la manutención de millones de familias en todo el mundo.

La Iglesia, a cuyo frente está Francisco, uno de los papas más carismáticos de los conocidos en los últimos 80 años, obvia la existencia del profesional que se dedica a la pesca porque, específicamente, no los cita en medio de su generalidad al señalar "a las gentes del mar". Unos y otros son, efectivamente, parte del colectivo de trabajadores de la mar -incluidas aquí las mujeres pescadoras, mariscadoras, rederas, armadoras, etc.- encargados de proporcionar bienestar y alimento a sus conciudadanos. Pero es que, a diferencia de los marinos mercantes, los marineros de la pesca continúan peleando en muchos casos por un salario digno. Y digo salario, como podría decir paga mensual o semanal, a la que añadir otras remuneraciones como pueden ser los beneficios del barco.

Quedan muchos tripulantes cuyas vidas se rigen exclusivamente por el salario "a la parte", es decir: si pescas, cobras, y si no hubiera pesca, le cantas un tango a Gardel con acento porteño.

Curiosamente, tampoco el Papa tiene en cuenta -la OIT marca el camino- las imposiciones de los gobiernos de países que, como es el caso de Francia, obligan a los tripulantes de sus barcos de pabellón -aunque estos sean de capital español- a causar alta en la seguridad social francesa, con lo que los familiares de tales marineros se queda con el culo al aire y entonando el Sale el sol del musical Los Miserables.

El Vaticano, en esa especie de reclamación de atención a los profesionales de la mar, se refiere al más de un millón de marineros "procedentes de todo el mundo" que trabajan a bordo de los 50.000 buques mercantes que navegan todos los mares con más de un 90% de mercancías que transportan de un lado a otro. Deja en el limbo a muchos miles más de pesqueros, algunos de los cuales son un verdadero infierno para muchos más millones de profesionales de la pesca, a los que parece encomendar a Dios para que este les eche una mano y arregle su problema.