Tras haber dado muchas vueltas a la cuestión, he concluido que alguien se beneficia en este país de la enorme desunión que existe en el sector de la pesca. Pero no he sabido llegar al origen de la cuestión.

De lo que no me cabe la menor duda es de que hay quien parece orientar su existencia a mantener viva la controversia entre los distintos artes. Y si bien es verdad que el pincho puede no estar de acuerdo con la volanta, el cerco con el arrastre, etc., no es menos cierto que el arrastre es el que paga los platos rotos de la desunión cuando, por sí mismo, no es sino un sistema más de pescar que, si bien no existe en otras comunidades -por ejemplo en Canarias- suma su actividad para mantener el vigor económico y social de muchos puertos gallegos, del Cantábrico y también de otros países. Pues aún reconociendo esto, en esos mismos puertos que comparten, así como en los despachos oficiales de Galicia, Madrid y Bruselas, se convierte el arrastre en el enemigo a batir.

Me pregunto qué va a ocurrir con las especies objetivo del arrastre. ¿Quién se va a encargar de la captura de peces planos de consumo habitual entre los habitantes de Galicia y otros lugares de España a los que se suministran, llámense Mercabarna, Mercamadrid, Mercasevilla o, simplemente, las pescaderías de barrio o las de los mercados municipales?

Si no es el arrastre, muchas especies hoy de alto consumo no figurarían en los mostradores de las plazas de abastos, en la cocinas de nuestros hogares o incluso en las cartas de los restaurantes.

¿Le importa esto a alguien? ¿Es solo un problema de los armadores y pescadores del arrastre? ¿Se va acaso a pescar una meiga con línea o cordel?

Está el arriba firmante absolutamente convencido de que la viabilidad de la pesca no pasa por la supresión del arrastre, algo que se baraja desde que la Unión Europea tomó la decisión de prohibir esta arte en profundidades inferiores a los 800 metros. Y ya hay quien baraja que el siguiente paso sea la prohibición de la modalidad a 400 metros.

De cumplirse las distintas normativas actuales, ¿se puede garantizar la supervivencia del sector? Pues si es así, cúmplanse ejerciendo legalmente el arte de pescar, sin ocultar lo que verdaderamente se pesca, sin que las lonjas asuman determinadas mentiras en declaraciones tan evidentemente irreales que después recaen en aquellos barcos que a posteriori venden sus capturas regulando las ventas por los precios fijados previamente por los que mienten.

La pesca legal puede ser rentable y sostenible. Tal vez resulte necesario modificar normas que van en contra de los intereses de quienes realmente son los encargados de regular las pesquerías. La primera de ellas, esa especie de bonificación que la Administración pesquera española concede a un par de comunidades autónomas del Cantábrico que parecen disponer de derechos de pernada que impiden que, en materia de cuotas, el reparto sea justo e igual para todos sus compañeros de faena.

Comencemos por determinar quién se beneficia de esa patente de corso que provoca la desunión del sector cuando todos parecen estar convencidos de que el mar puede ser medio de vida para la totalidad de las artes mediante el uso de un sistema tan sencillo como es la solidaridad.

Comprender al otro es tan difícil. En la mar no hay apestados.