Hay conciencia, pero falta consciencia. Y me explico: La Consellería do Mar es consciente de que el turista puede aprovechar su tiempo de solaz veraniego para hacer una incursión por el arenal que con tanto mimo cultivan los mariscadores, para llevarse a casa un par de kilos de berberechos, almejas, mejillones de roca, lapas y, de paso, unas minchas con las que pasar el rato como aperitivo.

Pongamos que, en la totalidad de playas gallegas, un mínimo de un millar de turistas -incluidos los propios gallegos que regresan a su antigua residencia- se hacen con esos dos kilos de materia marisquera. Como mínimo son en total dos mil kilos de marisco que, a la chita callando, desaparecen de los arenales y rocas en los que intentan ganarse la vida, de lunes a viernes, más de cuatro mil mariscadores profesionales a los que, como sin pretenderlo, se les está hurtando la posibilidad de extraer ese marisco que, para estos, significa supervivencia pura y dura.

La Consellería do Mar ha dado a conocer un proyecto piloto para concienciar al turista de la ilegalidad en la que incurre al extraer marisco sin disponer del correspondiente permiso de explotación (permex).

He aquí la conciencia.

Pero la inconsciencia se mantiene. Y en este caso no afecta exclusivamente al turista, al que se hace el turista o al que se llama Andana.

El arriba firmante ha tenido la oportunidad de comprobar cómo, en los primeros quince días de este agosto que se va a marchas forzadas, una par de decenas de, en apariencia turistas, se encaramaban a las rocas -con el consiguiente riesgo, por cierto, y sin que los dos socorristas de turno intervinieran para nada (posiblemente porque no les corresponde)- y, en bolsas de plástico, introducían cantidades más o menos importantes de mejillón y bígaros. Posteriormente, y con las palas de los niños, hurgaban en los arenales húmedos de la bajamar y, en las mismas bolsas, distribuían sus berberechos para, supuestamente, degustarlos en casa o en los camping próximos a la playa de turno.

Pero en cada uno de esos días de agosto que uno pudo disfrutar de la playa y las tórridas temperaturas de las Rías Baixas, mi asombro llegó a la máxima expresión al comprobar que, con la bajamar, también se presentaba en la misma playa -y supongo que en otras próximas- un personaje tostado por el sol, bañador y camiseta de tirantes perfectamente colocados, visera calada y un tanto deteriorada por el sol, la salitre y el tiempo, y, en la mano, dos varas de distintas longitud (entre 150 y 200 centímetros) que remataban en una especie de "potera" de seis enganches con las que hurgaba en las rocas.

Una de estas mañanas de playa me acerqué al furtivo en cuestión dando por hecho que trataba de capturar pulpos y le pregunté para qué servían tales adminículos. Me confirmó, sin ningún tipo de reserva, que se trataba de "engados" (en esa especie de "potera" clavaba un trozo de sardina o una xouba como "reclamo" para el pulpo y, si este se hallaba en su escondrijo habitual, al intentar hacerse con la presa, se convertía a su vez en la presa del pulpeiro furtivo.

Pregunté al pulpeiro si podía capturar libremente pulpos en la zona de bajamar y me confesó que era un jubilado (no un turista) y que bajaba cada mañana o cada tarde, según la marea, para tratar de llevarse a "casa" entre cinco y seis pulpos de alrededor de un kilo o kilo y medio que, me imagino, irían a parar no a la familia del furtivo sino a los bares y restaurantes que abundan en la zona más turística de Galicia.

Entre siete y ocho kilos diarios de pulpo para un jubilado al que nadie llama la atención y que, con toda probabilidad, suministrará de materia pulpeira a unos clientes que, a ojo de buen cubero, le pagarán por la "colleita" un mínimo de diez o doce euros cada día y que ellos, los hosteleros, cobrarán a los turistas a los que se dirige el proyecto piloto de la Consellería do Mar entre 12 y 14 euros la ración, equivalente a unos 40 euros la pieza de pulpo. Conciencia y consciencia.