El santuario para ballenas que pretendían crear 38 de los 64 países integrantes de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en el Atlántico Sur no será posible porque Japón, Noruega e Islandia maniobraron en el seno de la 66ª Cumbre de la CBI para lograr que la amplísima zona que se quería destinar a la supervivencia de los cetáceos sea un patio de exterminio de estos.

Con dos abstenciones, 38 votos a favor y 24 en contra, la iniciativa no logró el 75% de los votos, necesario para que la propuesta presentada por países del hemisferio sur saliera triunfante. Esta situación se repite desde el año 2001.

Esta vez la propuesta también contó con el apoyo de un millón de firmas de ciudadanos del mundo. Pero se ve que los intereses comerciales de Noruega, Islandia y Japón pesan más que la preservación de unas especies sin las que los mares no dejarán de ser tales, pero lo serán menos porque faltarán en ellos esos formidables animales marinos.

La moratoria internacional que se aplica desde el año 1982 a la caza de ballenas con fines comerciales es, para Japón, Noruega e Islandia, papel mojado. La caza comercial la disfrazan Japón e Islandia con el calificativo de "científica". Noruega va a lo suyo: caza, consume y vende. Y los demás países del "no", que en su inmensa mayoría no captura una ballena ni en el papel, se limitan a cobrar las limosnas que los tres grandes cazadores de ballenas les conceden.

Por muy increíble que parezca, esta es la cruda realidad: hay países que se venden, otros que compran voluntades aunque después aparezcan ante el mundo como los más avanzados de la tierra en temas sociales, educacionales o económicos.

Algo de esto dejaba entrever el biólogo y oceanógrafo coruñés Héctor Quiroga en su libro La caza de ballenas en aguas atlánticas, publicado en 2010, un repaso a la historia ballenera de Galicia y el papel que desempeñó la factoría de Caneliñas, en Cee.

Galicia tiene en su historia numerosos episodios de caza de ballenas antes de que se aplicara la moratoria. Caneliñas fue el último adiós de España a los cetáceos muertos por la acción directa de los responsables de las factorías y sus barcos. En la Casa de los Peces de A Coruña quedan un arpón y un maniquí como testimonio de un tiempo infelizmente no acabado de intereses comerciales frente a la biodiversidad.